Imagina
un campo abierto.
Un
sistema binario de sentidos hacia dentro, hacia fuera. Dos atardeceres diarios.
Imagina
que existiese un charco de agua del que brotasen ranas a la velocidad de doce mil
ranas por segundo.
¿Entiendes
ya por qué no soy príncipe ni tú princesa?
Ahora
imagina la historia de una tribu de pigmeos.
Sí,
digamos que los pigmeos adoran a una diosa que un buen día bajará de los Cielos
y le construirán un palacio en el interior más profundo de un árbol ancestral.
Cuenta
la profecía que de sus ramas brotarán copos de nieve mediada la primavera.
Joven
diosa del invierno, manzanas heladas sus mejillas.
Finalmente,
imagina una caja de vidrio que refleja el rostro de una niña.
Diríamos
que es la transparencia de una niña de apenas quince años cuyo perfil asemeja
al de un niño de unos quince años.
Si
cambiásemos la caja de posición, ocurriría a la inversa: un niño de apenas quince años cuyo perfil asemeja al de una
niña de unos quince años.
Si
esa caja tuviese un eje sobre el que rotara a gran velocidad, aparecería la
imagen de un hombre y una mujer de unos
treinta años, cuyo rostro no sabríamos
precisar a qué sexo pertenece, pero se besan bajo una frecuencia de sesenta
besos por milésima de segundo.
¿Entiendes
ya por qué Rubik guardó su secreto en el interior de un cubo mágico?
¿Comprendes
ahora por qué nunca nos contaron la verdad sobre las cosas importantes?
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