El silencio. Carne y luego tú. Casi nunca, no nunca, recuerda. —recuerdo. Una película en la que no estaba Clint Eastwood. Un padre cobijaba a su hijo, preocupado por alejar su débil cuerpecito de la boca de los caníbales. Eso era ¿amor? Te suena, ¿verdad? Sí, volví a fumar, pero eso no es lo importante. Azul violeta, mis labios, al borde de la extenuación, palabras eran lo único que nos sobraba, sí. Filas de palabras desglosadas en hebras de sílabas, monocromáticas, a veces —incluso— disfrutábamos de nuestro daltonismo. Olvido. El olvido es una estampa de un futbolista que siempre será suplente, el cromo repetido de la vulgaridad. Sí, puede que sea la mejor definición de ¿amor? que pueda ocurrir, porque las cosas no fueron, ni son, ni serán, sino que ocurren. Te decía que es la mejor definición para hablar de caricias entre dos cuerpos celestes. Sí. ¿Estás? ¿Estoy? Es virtual la respuesta. Lo sé. Lo sabes. Lo saben. ¿Y no es poesía esto? Dirás que no. Pero la boca revienta a través de los dedos, quise decir, que tengo una corazonada, una pequeña coraza que me permite negar la evidencia que encierra un no por respuesta. Es aquí donde se enciende ese led que tenemos situado a nuestra izquierda. Algunos lo llaman alma, otros lo conocen por corazón. Solo me interesa la frecuencia con la que esa luz se enciende y se apaga. De veras. Igual es nada. No lo recuerdo.
( De Superávit, Cangrejo pistolero ediciones, 2010)