José Ignacio Montoto (1979) obtuvo el primer premio del Certamen de Poesía, convocado por el Instituto Andaluz de la Juventud, en su edición de 2013 con el poemario titulado La cuerda rota (Renacimiento, 2014). Quizá poco sepan de este premio más allá de las fronteras andaluzas, pero sin duda rápidamente reconocerán su valor si les relato la nómina de poetas que fueron descubiertos con él, entre muchos otros: Elena Medel, Juan Manuel Gil, Raúl Quinto, Antonio Portela o Cristián Alcaraz. En el caso de Montoto, este premio supuso más bien la confirmación de una trayectoria que tiene en La cuerda rota la mejor expresión de su poesía. Nos citamos en Sevilla, ciudad en la que ambos residimos, una tarde del mes de enero para intentar articular en una dinámica de pregunta y respuesta la densidad semántica de un poemario que difícilmente tiende a agotarse. De aquel encuentro surgió esta entrevista.
En Autopista azul, título del poema que contiene el Prólogo de La cuerda rota, pareces hacer acopio de los motivos sobre los que trata este libro. Desde tu punto de vista, ¿cuáles son esos temas?Sí, como bien apuntas ese poema podría considerarse el pórtico del libro, que vendría a ser una especie de punto de inflexión donde comienza una historia de amor y desamor, que de alguna forma continuará a lo largo de todo el poemario, y en el que se esboza su devenir, incluso las influencias y tradiciones que me han servido de base para poder hilvanarlo. Digamos que este punto de partida ya nos anuncia que el libro va a hablarnos de la historia de las relaciones, de una mujer protagonista, de una tradición de la que se sirve el libro, pero también de un enfoque muy contemporáneo.
La cuerda rota, título del libro, es una imagen que se va repitiendo una y otra vez a lo largo del libro. Personalmente, me recordó a ciertas imágenes del simbolismo francés que se reiteran como la expresión de una obsesión que posee a la voz poética.Efectivamente, la cuerda rota, en algunas ocasiones expresada también como el hilo rojo, es ese segmento que unas veces se parte en mil pedazos y cuya metáfora asoma evocando al alma, a las relaciones, a la mujer, al hombre, etc. Considero que este libro tiene muchas afinidades con el romanticismo y el simbolismo francés. Por ejemplo, de esas tradiciones tomé el uso del versículo como la estructura métrica de la que me serviría como cauce de expresión de los poemas. Curiosamente, me encontré con que en esa forma, la del versículo, que era una forma que no había utilizado en mis anteriores libros, lograba expresar casi a la perfección lo que pretendía con estos poemas. Así que, volviendo a la imagen de la cuerda rota, sí creo que es acertado tener una visión de este elemento como un símbolo desde la multiplicidad de significados que denota, en ocasiones a través del uso de imágenes muy plásticas que vienen a desembocar en esa idea de ruptura.
De la misma forma, la imagen de la autopista azul también se repite a lo largo del poemario, a veces asociada al valor de huida. ¿Qué aspectos son los que motivan esa huida?Como bien dices la autopista azul es una imagen que evoca una salida. Una salida que a veces se expresa en otros tonos como el violeta o el celeste, incluso en turquesa o malva, y viene asociada a diferentes elementos, ya sean el cielo o el mar que sirven de trasfondo a la voz poética. La huida que se plantea es la huida de uno mismo, la sensación de que cuando todo falla, al menos siempre nos queda la huida como salvación o como solución. La huida aparece en algunos de los poemas del libro como ese punto de inflexión o como determinación ante el presente que nos acecha.
En el poemario, la voz poética es la de una mujer. Este recurso estilístico llama la atención, sobre todo siendo tú un hombre, y ha sido señalado en casi todos los comentarios que se han escrito del libro. ¿Por qué decides tomar esta voz y qué recursos expresivos te posibilita?Pues decido tomar prestada una voz femenina porque creo en la universalidad del poema más allá del hecho de que pueda estar escrito por un hombre o por una mujer. Y me interesaba subrayar ese aspecto con este juego, adoptar una voz que al lector sorprende desde el principio porque parece que no se corresponde con la experiencia de género de partida que ha presupuesto en el autor. Ponerme en la piel del otro me parecía un experimento que podía ayudarme a crecer en mi poética. Además, me posibilita sobre todo hablar del género desde el género, sin atender a una poesía hecha por mujeres o por hombres, desatendiendo y burlando convenciones que se dan en muchas ocasiones tanto del lado de la crítica como de la creación, y produciendo lo que podría llamarse como una desmitificación del género en la que lo importante es el poema más allá de la persona y, sobre todo, de la experiencia de género desde la que se escriba.
De alguna forma, al utilizar esa voz femenina generas un juego de perspectivas. Hablar con otra voz te concede un punto de vista diferente. ¿De qué te ha servido este recurso en el libro?Bueno, realmente me ha servido para tomar distancia sobre la cuestión de género y centrarme en el poema. De hecho, a veces no se sabe si está hablando un hombre o una mujer. Muchos lectores me han llegado a comentar que cuando leían el poemario llegaban a olvidar si era una voz masculina o femenina hasta que aparecía de nuevo una marca de género en el lenguaje. Hay más naturalidad de lo que a simple vista puede parecer, he intentado evitar que se viera cierta impostura. Me he sentido muy cómodo en este registro y más que servirme de ese juego, lo he propiciado, con el riesgo a equivocarme, claro está.
En el poema Vainilla Sky, la voz poética expresa Germinarán vacíos en mi vientre y durante este tiempo nada sabré de ti. En algunos momentos, parece que esa voz femenina expresa con cierta tiranía una diferencia entre los géneros basada en la capacidad de generar vida. ¿Se podría hablar de las relaciones emocionales y las diferencias de género como fondo de estas piezas?Pues creo que en cierta medida sí. Pero además de las relaciones emocionales, podría hablarse de la determinación, de que realmente esas diferencias de género acortan su distancia por sentido común. También pueden hacerse diversas lecturas al respecto. Alguien me comentaba que ese poema le parecía una oda a las familias monoparentales, por ejemplo. Cada pieza de este poema es un alegato encubierto y un homenaje y puesta en valor a la historia de la memoria de las mujeres, que en ocasiones ha sido denostada por la historia oficial que se nos ha contado.
Espejos y mariposas contiene elementos y símbolos que me recordaron a las fábulas de Borges: el espejo, la cábala del número tres, la relación entre belleza y muerte. Según tu punto de vista, ¿qué tradiciones literarias son las que subyacen en este libro?Lo que está claro es que uno termina reflejando todas las lecturas que ha realizado en sus obras, de una manera u otra. Por supuesto que puede haber algo de las fábulas de Borges, pero este libro está anclado en una relación con la tradición clásica grecolatina, las sagradas escrituras o como bien apuntaste anteriormente con el simbolismo y romanticismo francés, intentando siempre, en la medida de lo posible, dotarlos de la contemporaneidad necesaria para no caer en el error de reescribir la tradición. O al menos esa ha sido mi intención manifiesta.
En otros poemas como Melancolía hay una fuerte condensación semántica que proviene de diferentes tradiciones (cine, música, por supuesto literatura). ¿De qué te sirve esa mixtura?Creo que es muy acertado lo que apuntar que existe una esa condensación de elementos de diferentes tradiciones y disciplinas. Yo he intentado que cada poema funcionara como si fuera un fotograma cinematográfico, y he perseguido hilvanarlos uno a uno con el objetivo de conseguir lo más parecido a una secuencia. Esa mixtura de la que hablas me ha servido para enriquecer cada poema, para ganar en plasticidad y dotarlo de imágenes que intenten conmover al lector.
En el poema La cuerda rota te preguntas ¿Quién es capaz de nombrar siquiera el alma hoy en día en un poema? La poesía joven de hoy abarca un espectro de edad bastante amplio donde convergen diferentes tipos o estilos de poesía ¿Cuál es tu visión del actual panorama poético?Según la UNESCO hasta los 35 años eres joven, así que imagina la amplitud de la horquilla entre 15-35 años, hay una distancia enorme para hablar de poesía joven si tenemos en cuenta ese dato. Es maravilloso que haya tanta gente joven escribiendo poesía. Yo valoro el poema como obra de arte, más allá de la edad o el sexo de la persona que lo haya escrito, por eso hablar de poesía joven no deja de ser un cliché un tanto absurdo a la par que tendencioso a estas alturas de la película. Está la buena poesía y la mala poesía, ya la escriba alguien con 15 años o 70. La crítica nos dirá dentro de treinta años qué es lo que nos depara a cada uno. Respecto a los tipos y estilos, las modas cambian y se tiende a emular, ya veremos qué es lo que queda finalmente.
Los poemas de la recta final del libro se caracterizan por su valor sinestésico. De alguna manera, parecen apuntar a la capacidad de sentir frente a la adversidad. ¿Qué sentido juegan dentro del libro estos poemas?Curiosamente, esos poemas finales que señalas fueron escritos en Francia y probablemente bajo el mayor influjo del simbolismo, y de ahí la búsqueda de esa sinestesia. Su función dentro del poemario es la de pretender seguir manteniendo la tensión en la lectura antes de llegar a la eclosión final. De alguna forma, con esa llamada a los sentidos se interpela al lector de una manera más intensa.
En Poliamor pareces concluir en una visión del amor que me recordó a Safo: el amor como fuerza que hace a los amantes seres únicos. Pareces servirte de esta idea para expresar una igualdad en los amantes por encima de las diferencias que antes comentábamos.Sin duda es bastante acertado, y como te dije anteriormente, es lógico que Safo aparezca por estos lares dada la voz poética del libro, el juego de géneros que en él se produce y la impronta de la influencia grecolatina que antes te comentaba que era una influencia consciente. Más que una igualdad entre los amantes, evoco la posibilidad de amar seamos indistintamente hombre o mujer. “Somos máquinas de amar”, creo recordar que dice algún verso.
Por último, en Ciclogénesis explosiva, aparece la muerte como una fuerza más allá del amor, principio universal que todo lo iguala. En los últimos versos, hay una nostalgia que recuerda al tempus fugit. ¿Qué sentido tiene este poema que anticipa el cierre del libro?Ese poema es el fin de esta historia, donde realmente además de igualarnos a todos nos muestra que vivir, sentir, amar, es más sencillo de lo que parece, pero cómo tendemos a perder el tiempo y a dar muchos rodeos. Creo que en la complejidad del ser humano subyace una sencillez que es la que pretendo aquí poner de manifiesto, pues apenas somos “gotas de luz en el Universo”, dice uno de los versos, por lo tanto mejor preocuparse de mantener el brillo, ¿para qué brillar más? Y sí, anticipa el cierre del libro, pone fin a esta historia de La cuerda rota, y ya en el epílogo es donde se pone el punto final broche reiterando que la mujer es el origen del mundo.
La voz, los mitos y la pulsión de lo femenino en 'La cuerda rota'
José Ignacio Montoto presenta en la Biblioteca Provincial la obra con la que ganó el Premio de Poesía Andalucía Joven
PILAR VERA CÁDIZ | ACTUALIZADO 28.05.2014 - 05:00
José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) presenta hoy en la Biblioteca Provincial un poemario que no sólo tiene voz sino también pulso femenino y que le valió el último Premio de Poesía Andalucía Joven. Editado por Renacimiento, La cuerda rota está lleno de mitos y referencias a lo femenino eterno y terrible, y viene a ser el último título de una producción literaria que comenzó en 2008 y no ha parado desde entonces, a un ritmo de título por año: "La responsabilidad es toda mía -apunta José Ignacio Montoto-. Y la verdad es que me alegro de haber publicado tan pronto o tan tarde, no sé bien, pero de haber dejado constancia del proceso creativo, cosa que otros guardan. Así es posible ver cómo se ha ido formando o creciendo la voz del autor".
"En este caso -continúa-, quería escribir un libro de poesía que viese a través de los ojos de otra persona. Y el porqué escoger la voz y los resortes de una mujer realmente tiene ciertas connotaciones personales". Su madre falleció cuando tenía once años y lo criaron cuatro mujeres. La misma época, por cierto, en la que abandonaría la que fuera ciudad de su infancia, Cádiz.
"Aunque ha habido experimentos semejantes, quería ver cómo podía sonar, en poesía, una voz femenina escrita por un hombre -explica Montoto-. Creí que podía resultar una herramienta interesante para escribir este libro, y decidí hilarlo en torno a esa escena ficticia de ruptura de una relación, en un recorrido que fuera en parte histórico, y en parte salpicado de mitos y leyendas".
Escoger el versículo como forma poética es una especie de débito conceptual y vital: "He pasado el último año y medio viviendo en Toulouse, releyendo a los poetas del romanticismo francés y las Sagradas Escrituras. Además, me pareció que era la opción apropiada por el tema: había que buscar la musicalidad y la melodía, sin necesidad de ceñirme a parámetros métricos".
El ejemplo de acercamiento sentimental que es La cuerda rota tiene mucho también de ejercicio de entendimiento: "Llevamos una década en la que hablamos mucho de igualdad, de lenguaje de género -explica José Ignacio Montoto-. Pero, a la hora de la verdad, nos mojamos poco y nos ponemos pocas veces en el lugar de la otra persona. Sentía que podía intentar aportar mi granito de arena a todo este tema, no tanto desde la solidaridad (que me suena peyorativo), como desde la necesidad".
José Ignacio Montoto presenta en la Biblioteca Provincial la obra con la que ganó el Premio de Poesía Andalucía Joven
PILAR VERA CÁDIZ | ACTUALIZADO 28.05.2014 - 05:00
José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) presenta hoy en la Biblioteca Provincial un poemario que no sólo tiene voz sino también pulso femenino y que le valió el último Premio de Poesía Andalucía Joven. Editado por Renacimiento, La cuerda rota está lleno de mitos y referencias a lo femenino eterno y terrible, y viene a ser el último título de una producción literaria que comenzó en 2008 y no ha parado desde entonces, a un ritmo de título por año: "La responsabilidad es toda mía -apunta José Ignacio Montoto-. Y la verdad es que me alegro de haber publicado tan pronto o tan tarde, no sé bien, pero de haber dejado constancia del proceso creativo, cosa que otros guardan. Así es posible ver cómo se ha ido formando o creciendo la voz del autor".
"En este caso -continúa-, quería escribir un libro de poesía que viese a través de los ojos de otra persona. Y el porqué escoger la voz y los resortes de una mujer realmente tiene ciertas connotaciones personales". Su madre falleció cuando tenía once años y lo criaron cuatro mujeres. La misma época, por cierto, en la que abandonaría la que fuera ciudad de su infancia, Cádiz.
"Aunque ha habido experimentos semejantes, quería ver cómo podía sonar, en poesía, una voz femenina escrita por un hombre -explica Montoto-. Creí que podía resultar una herramienta interesante para escribir este libro, y decidí hilarlo en torno a esa escena ficticia de ruptura de una relación, en un recorrido que fuera en parte histórico, y en parte salpicado de mitos y leyendas".
Escoger el versículo como forma poética es una especie de débito conceptual y vital: "He pasado el último año y medio viviendo en Toulouse, releyendo a los poetas del romanticismo francés y las Sagradas Escrituras. Además, me pareció que era la opción apropiada por el tema: había que buscar la musicalidad y la melodía, sin necesidad de ceñirme a parámetros métricos".
El ejemplo de acercamiento sentimental que es La cuerda rota tiene mucho también de ejercicio de entendimiento: "Llevamos una década en la que hablamos mucho de igualdad, de lenguaje de género -explica José Ignacio Montoto-. Pero, a la hora de la verdad, nos mojamos poco y nos ponemos pocas veces en el lugar de la otra persona. Sentía que podía intentar aportar mi granito de arena a todo este tema, no tanto desde la solidaridad (que me suena peyorativo), como desde la necesidad".
"En este caso -continúa-, quería escribir un libro de poesía que viese a través de los ojos de otra persona. Y el porqué escoger la voz y los resortes de una mujer realmente tiene ciertas connotaciones personales". Su madre falleció cuando tenía once años y lo criaron cuatro mujeres. La misma época, por cierto, en la que abandonaría la que fuera ciudad de su infancia, Cádiz.
"Aunque ha habido experimentos semejantes, quería ver cómo podía sonar, en poesía, una voz femenina escrita por un hombre -explica Montoto-. Creí que podía resultar una herramienta interesante para escribir este libro, y decidí hilarlo en torno a esa escena ficticia de ruptura de una relación, en un recorrido que fuera en parte histórico, y en parte salpicado de mitos y leyendas".
Escoger el versículo como forma poética es una especie de débito conceptual y vital: "He pasado el último año y medio viviendo en Toulouse, releyendo a los poetas del romanticismo francés y las Sagradas Escrituras. Además, me pareció que era la opción apropiada por el tema: había que buscar la musicalidad y la melodía, sin necesidad de ceñirme a parámetros métricos".
El ejemplo de acercamiento sentimental que es La cuerda rota tiene mucho también de ejercicio de entendimiento: "Llevamos una década en la que hablamos mucho de igualdad, de lenguaje de género -explica José Ignacio Montoto-. Pero, a la hora de la verdad, nos mojamos poco y nos ponemos pocas veces en el lugar de la otra persona. Sentía que podía intentar aportar mi granito de arena a todo este tema, no tanto desde la solidaridad (que me suena peyorativo), como desde la necesidad".
De lo que brota en la catástrofe
José Ignacio Montoto presenta hoy 'La cuerda rota', con el que ganó el Andalucía Joven, un libro que se decanta hacia una belleza turbia y misteriosa
BRAULIO ORTIZ SEVILLA | ACTUALIZADO 13.05.2014 - 05:00
En la imaginación de José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979), o en las voces que ha elegido para su nueva aventura poética, el corazón de los hombres "es una piedra negra", el amor es "un aguacero que ahoga a los tullidos" o "una flor en mitad de la catástrofe", la ausencia huele "a incienso y barro fresco". La cuerda rota (Editorial Renacimiento), la obra con la que el autor se hizo con el Andalucía Joven de Poesía -que concede el Instituto Andaluz de la Juventud- y que presenta hoy, a las 20:00, acompañado de Antonio Rivero Taravillo, en la Librería Birlibirloque (calle Amor de Dios, 17), encadena imágenes brillantes que Montoto acuñó en la pretensión de ser otro. "El libro surgió del afán de ver el mundo a través de los ojos de otra persona, en este caso intentaba verlo a través de los ojos de la mujer. Pretendía explorar con la mayor sutileza posible su corazón, a través de una historia que unos pueden entender de amor y otros de desamor, una historia que tiene su doble lectura", resume sobre el poemario.
Atraviesa las páginas de La cuerda rota el murmullo de una feminidad de resonancias bíblicas, que parece conocer los misterios de la naturaleza y de la noche -"comparte sexo con la madrugada"-, que conoce "la palabra de las flores" como único lenguaje, que ejerce de reina en un mundo felizmente mamífero. "Desdichados los vegetales por no sentir la quemazón de mis pezones", proclama, jactanciosa, la protagonista del poema Last Night. La mujer recogida en los versos posee un aura legendaria, una sabiduría que va más allá del tiempo, pero Montoto matiza que "también he tratado de darle al libro un contexto contemporáneo. El poema que abre el libro, por ejemplo, Autopista azul, alude a las Sagradas Escrituras y a Adán y Eva, pero transcurre dentro de un centro comercial", apunta el escritor, a quien le interesaba "mezclar los mitos con algo contemporáneo. Tendemos mucho a cánones clásicos o a cánones contemporáneos, por eso creía interesante mezclar los dos".
El hombre descrito en La cuerda rota siempre se encuentra, de un modo u otro, en un plano inferior: se muestra esquivo y huye o envidia directamente al sexo opuesto. "No, Mona Lisa no fue la mujer que cuentan, sino la mujer que a Leonardo le hubiese gustado ser", se dice en algún momento del poemario. ¿Qué mujer le habría gustado ser a José Ignacio Montoto? "Probablemente mi madre. Es muy tópico, pero también yo tengo una historia particular, ella falleció cuando yo tenía once años", señala. De ahí que el libro le parezca "si no un homenaje, sí algo que me pedía el cuerpo, porque a mí me han criado cuatro mujeres. Han pasado los años, ha pasado el tiempo, pero eso ha influido para que a la hora de perfilar lo que puede ser mi voz creativa yo eligiera ésta".
Los versos sobre Leonardo da Vinci pertenecen a Retrato sin espejo con Rosa, un fragmento en el que Montoto se inspira en el Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery para hablar de esa hermosura enferma, lúgubre, que pivota entre la perversión y la inocencia, del imaginario de Mark Ryden: "Cuando pensó en el amor, en la verdad y en la vida, sólo fue capaz de pintar a una niña llorando sangre; no sudor ni lágrimas: sangre. Entonces entendió que el peso del mundo era el amor, como dijo el poeta". Para el escritor, un cuadro del pintor norteamericano "condensa muchos de los misterios que encierra La cuerda rota". Un recorrido fecundo en pasajes turbadores, pero que también se detiene en la belleza: "¿Sabes que los libros, las historias que se cuentan en los libros, están hechas de árboles y flores?", se interroga la voz del poema Delirio. Un libro que entre otros motivos tiene, como ocurre en el poema Ciclogénesis explosiva, el fin del mundo. Pero es un apocalipsis que iguala a los humanos -"han abierto las puertas, las ventanas y los cierres. Hoy el mundo, por fin, es de todos y para todos"-, y que Montoto aborda "dándole mucha naturalidad. Solemos ver la muerte como la cosa más horrorosa del mundo, pero, bueno, forma parte de nuestro ciclo vital, y naturalizarla me parece importante para todos. No quería ver la muerte como algo catastrófico, sino casi como un punto y seguido".
Montoto también maneja como uno de los temas principales de su propuesta la dualidad entre el amor y el desamor. "Se puede ver como una historia sobre lo primero o sobre lo segundo", afirma sobre una creación que se inicia con un hombre abandonando a su amada: "La lluvia te comenzó a limpiar la cara, pero ya era tarde. La noche se encargó de pintarte el rostro con su negro carboncillo (...) Subiste al que fue nuestro coche, y, tras un latido de incertidumbre, arrancaste".
Tras libros celebrados como Espacios insostenibles/Mi memoria es un tobogán, Binarios oSuperávit, José Ignacio Montoto se afianza como uno de los poetas más sólidos de su generación gracias a una obra en la que el uso del versículo y las influencias del romanticismo francés otorgan una poderosa expresividad. "Antes de irme a Toulouse [donde vivió el último curso], ya empecé a escribir este poemario, pero ya allí hice una inmersión mayor en Rimbaud, Verlaine, en muchos poetas franceses que me parecían muy interesantes y muy contemporáneos". El uso del versículo, concluye, "te permite dar rienda suelta y no ceñirte a una métrica forzada, y creía que el versículo, si lo trabajas, te ayuda a crear un ritmo atractivo, tener swing. Por el versículo se encuentra también una melodía".
José Ignacio Montoto presenta hoy 'La cuerda rota', con el que ganó el Andalucía Joven, un libro que se decanta hacia una belleza turbia y misteriosa
BRAULIO ORTIZ SEVILLA | ACTUALIZADO 13.05.2014 - 05:00
En la imaginación de José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979), o en las voces que ha elegido para su nueva aventura poética, el corazón de los hombres "es una piedra negra", el amor es "un aguacero que ahoga a los tullidos" o "una flor en mitad de la catástrofe", la ausencia huele "a incienso y barro fresco". La cuerda rota (Editorial Renacimiento), la obra con la que el autor se hizo con el Andalucía Joven de Poesía -que concede el Instituto Andaluz de la Juventud- y que presenta hoy, a las 20:00, acompañado de Antonio Rivero Taravillo, en la Librería Birlibirloque (calle Amor de Dios, 17), encadena imágenes brillantes que Montoto acuñó en la pretensión de ser otro. "El libro surgió del afán de ver el mundo a través de los ojos de otra persona, en este caso intentaba verlo a través de los ojos de la mujer. Pretendía explorar con la mayor sutileza posible su corazón, a través de una historia que unos pueden entender de amor y otros de desamor, una historia que tiene su doble lectura", resume sobre el poemario.
Atraviesa las páginas de La cuerda rota el murmullo de una feminidad de resonancias bíblicas, que parece conocer los misterios de la naturaleza y de la noche -"comparte sexo con la madrugada"-, que conoce "la palabra de las flores" como único lenguaje, que ejerce de reina en un mundo felizmente mamífero. "Desdichados los vegetales por no sentir la quemazón de mis pezones", proclama, jactanciosa, la protagonista del poema Last Night. La mujer recogida en los versos posee un aura legendaria, una sabiduría que va más allá del tiempo, pero Montoto matiza que "también he tratado de darle al libro un contexto contemporáneo. El poema que abre el libro, por ejemplo, Autopista azul, alude a las Sagradas Escrituras y a Adán y Eva, pero transcurre dentro de un centro comercial", apunta el escritor, a quien le interesaba "mezclar los mitos con algo contemporáneo. Tendemos mucho a cánones clásicos o a cánones contemporáneos, por eso creía interesante mezclar los dos".
El hombre descrito en La cuerda rota siempre se encuentra, de un modo u otro, en un plano inferior: se muestra esquivo y huye o envidia directamente al sexo opuesto. "No, Mona Lisa no fue la mujer que cuentan, sino la mujer que a Leonardo le hubiese gustado ser", se dice en algún momento del poemario. ¿Qué mujer le habría gustado ser a José Ignacio Montoto? "Probablemente mi madre. Es muy tópico, pero también yo tengo una historia particular, ella falleció cuando yo tenía once años", señala. De ahí que el libro le parezca "si no un homenaje, sí algo que me pedía el cuerpo, porque a mí me han criado cuatro mujeres. Han pasado los años, ha pasado el tiempo, pero eso ha influido para que a la hora de perfilar lo que puede ser mi voz creativa yo eligiera ésta".
Los versos sobre Leonardo da Vinci pertenecen a Retrato sin espejo con Rosa, un fragmento en el que Montoto se inspira en el Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery para hablar de esa hermosura enferma, lúgubre, que pivota entre la perversión y la inocencia, del imaginario de Mark Ryden: "Cuando pensó en el amor, en la verdad y en la vida, sólo fue capaz de pintar a una niña llorando sangre; no sudor ni lágrimas: sangre. Entonces entendió que el peso del mundo era el amor, como dijo el poeta". Para el escritor, un cuadro del pintor norteamericano "condensa muchos de los misterios que encierra La cuerda rota". Un recorrido fecundo en pasajes turbadores, pero que también se detiene en la belleza: "¿Sabes que los libros, las historias que se cuentan en los libros, están hechas de árboles y flores?", se interroga la voz del poema Delirio. Un libro que entre otros motivos tiene, como ocurre en el poema Ciclogénesis explosiva, el fin del mundo. Pero es un apocalipsis que iguala a los humanos -"han abierto las puertas, las ventanas y los cierres. Hoy el mundo, por fin, es de todos y para todos"-, y que Montoto aborda "dándole mucha naturalidad. Solemos ver la muerte como la cosa más horrorosa del mundo, pero, bueno, forma parte de nuestro ciclo vital, y naturalizarla me parece importante para todos. No quería ver la muerte como algo catastrófico, sino casi como un punto y seguido".
Montoto también maneja como uno de los temas principales de su propuesta la dualidad entre el amor y el desamor. "Se puede ver como una historia sobre lo primero o sobre lo segundo", afirma sobre una creación que se inicia con un hombre abandonando a su amada: "La lluvia te comenzó a limpiar la cara, pero ya era tarde. La noche se encargó de pintarte el rostro con su negro carboncillo (...) Subiste al que fue nuestro coche, y, tras un latido de incertidumbre, arrancaste".
Tras libros celebrados como Espacios insostenibles/Mi memoria es un tobogán, Binarios oSuperávit, José Ignacio Montoto se afianza como uno de los poetas más sólidos de su generación gracias a una obra en la que el uso del versículo y las influencias del romanticismo francés otorgan una poderosa expresividad. "Antes de irme a Toulouse [donde vivió el último curso], ya empecé a escribir este poemario, pero ya allí hice una inmersión mayor en Rimbaud, Verlaine, en muchos poetas franceses que me parecían muy interesantes y muy contemporáneos". El uso del versículo, concluye, "te permite dar rienda suelta y no ceñirte a una métrica forzada, y creía que el versículo, si lo trabajas, te ayuda a crear un ritmo atractivo, tener swing. Por el versículo se encuentra también una melodía".
Atraviesa las páginas de La cuerda rota el murmullo de una feminidad de resonancias bíblicas, que parece conocer los misterios de la naturaleza y de la noche -"comparte sexo con la madrugada"-, que conoce "la palabra de las flores" como único lenguaje, que ejerce de reina en un mundo felizmente mamífero. "Desdichados los vegetales por no sentir la quemazón de mis pezones", proclama, jactanciosa, la protagonista del poema Last Night. La mujer recogida en los versos posee un aura legendaria, una sabiduría que va más allá del tiempo, pero Montoto matiza que "también he tratado de darle al libro un contexto contemporáneo. El poema que abre el libro, por ejemplo, Autopista azul, alude a las Sagradas Escrituras y a Adán y Eva, pero transcurre dentro de un centro comercial", apunta el escritor, a quien le interesaba "mezclar los mitos con algo contemporáneo. Tendemos mucho a cánones clásicos o a cánones contemporáneos, por eso creía interesante mezclar los dos".
El hombre descrito en La cuerda rota siempre se encuentra, de un modo u otro, en un plano inferior: se muestra esquivo y huye o envidia directamente al sexo opuesto. "No, Mona Lisa no fue la mujer que cuentan, sino la mujer que a Leonardo le hubiese gustado ser", se dice en algún momento del poemario. ¿Qué mujer le habría gustado ser a José Ignacio Montoto? "Probablemente mi madre. Es muy tópico, pero también yo tengo una historia particular, ella falleció cuando yo tenía once años", señala. De ahí que el libro le parezca "si no un homenaje, sí algo que me pedía el cuerpo, porque a mí me han criado cuatro mujeres. Han pasado los años, ha pasado el tiempo, pero eso ha influido para que a la hora de perfilar lo que puede ser mi voz creativa yo eligiera ésta".
Los versos sobre Leonardo da Vinci pertenecen a Retrato sin espejo con Rosa, un fragmento en el que Montoto se inspira en el Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery para hablar de esa hermosura enferma, lúgubre, que pivota entre la perversión y la inocencia, del imaginario de Mark Ryden: "Cuando pensó en el amor, en la verdad y en la vida, sólo fue capaz de pintar a una niña llorando sangre; no sudor ni lágrimas: sangre. Entonces entendió que el peso del mundo era el amor, como dijo el poeta". Para el escritor, un cuadro del pintor norteamericano "condensa muchos de los misterios que encierra La cuerda rota". Un recorrido fecundo en pasajes turbadores, pero que también se detiene en la belleza: "¿Sabes que los libros, las historias que se cuentan en los libros, están hechas de árboles y flores?", se interroga la voz del poema Delirio. Un libro que entre otros motivos tiene, como ocurre en el poema Ciclogénesis explosiva, el fin del mundo. Pero es un apocalipsis que iguala a los humanos -"han abierto las puertas, las ventanas y los cierres. Hoy el mundo, por fin, es de todos y para todos"-, y que Montoto aborda "dándole mucha naturalidad. Solemos ver la muerte como la cosa más horrorosa del mundo, pero, bueno, forma parte de nuestro ciclo vital, y naturalizarla me parece importante para todos. No quería ver la muerte como algo catastrófico, sino casi como un punto y seguido".
Montoto también maneja como uno de los temas principales de su propuesta la dualidad entre el amor y el desamor. "Se puede ver como una historia sobre lo primero o sobre lo segundo", afirma sobre una creación que se inicia con un hombre abandonando a su amada: "La lluvia te comenzó a limpiar la cara, pero ya era tarde. La noche se encargó de pintarte el rostro con su negro carboncillo (...) Subiste al que fue nuestro coche, y, tras un latido de incertidumbre, arrancaste".
Tras libros celebrados como Espacios insostenibles/Mi memoria es un tobogán, Binarios oSuperávit, José Ignacio Montoto se afianza como uno de los poetas más sólidos de su generación gracias a una obra en la que el uso del versículo y las influencias del romanticismo francés otorgan una poderosa expresividad. "Antes de irme a Toulouse [donde vivió el último curso], ya empecé a escribir este poemario, pero ya allí hice una inmersión mayor en Rimbaud, Verlaine, en muchos poetas franceses que me parecían muy interesantes y muy contemporáneos". El uso del versículo, concluye, "te permite dar rienda suelta y no ceñirte a una métrica forzada, y creía que el versículo, si lo trabajas, te ayuda a crear un ritmo atractivo, tener swing. Por el versículo se encuentra también una melodía".
miércoles, 11 de junio de 2014
JOSÉ IGNACIO MONTOTO. INCERTIDUMBRES.

La cuerda rota
José Ignacio Montoto
Renacimiento, Sevilla, 2014
INCERTIDUMBRES
Con La cuerda rota, libro ganador del premio de poesía Andalucia Joven, José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979), articulista, crítico y gestor cultural, se integra con fuerza en la abierta senda de la lírica actual, un espacio amplio y remozado donde se aglutina un fecundo cauce de iniciativas y propuestas.
El recorrido que completa La cuerda rota dibuja una línea continua, que se inicia en el andén de partida –prólogo- y busca un lugar de llegada –epílogo- para que entre ambos puntos se cobije la distancia vivencial que define, con trazo directo, un soliloquio sentimental hecho de soledad. En él se mide el transcurrir de un tiempo de desamor.
El plano urbano sirve de marco. Ese laberinto de cristales y escaleras mecánicas de una gran superficie, atestada de franquicias y carteles publicitarios. Una paradoja aceptada que define nuestro tiempo: grandes espacios donde cada sujeto deambula entre una multitud de solitarios que inunda los templos de consumo y que soportan un entorno relacional complejo, donde signan las horas del reloj las agujas del mutismo y el desconcierto. El yo contemporáneo es tedio y prisa, un digno imitador del hombre deshabitado.
El poema “Autopista azul”, con narratividad pautada, enuncia esa llegada del vacío, como si fuese fruto de un legado ancentral que se va cumpliendo en cada ser concreto. En él vuelve a germinar la historia reiterada de las relaciones; la erosión y el desgaste de los puentes al otro. Para protagonizar esta situación anímica el autor elige un yo femenino, como si buscara tomar distancia y objetivar el intimismo; la introspección vela la casuística concreta para dejar un argumento escueto en el que la mirada limpia de la infancia comienza a enturbiarse y las esquirlas del desamor rompen los espejos.
El segmento central del poemario adquiere un tono digresivo. Las estrofas versiculares conceden a las composiciones la aparente prosodia del poema en prosa, que admite bien la apoyatura cultural; se citan nombres propios con claros significados añadidos: Bécquer, Nicanor Parra, Alejandra Pizarnik…
Un texto clave del poemario es el que da título al conjunto, “La cuerda rota” con una meditada reflexión sobre el desamor. Otro texto que resalta por su firmeza compositiva es “Retrato sin espejo con Rosa”. Como si el acontecer sometiese a los sentimientos a un severo estiaje, las palabras describen las dolorosas punzadas de la pérdida y muestran, al mismo tiempo, la resistencia activa del sujeto para preservar en la memoria el tiempo compartido y los pasos dados en torno al amor.
El epílogo, formado por el poema “Quitamiedos” caligrafía la estela marcada en el transcurso existencial; como si fuese un itinerario en círculo, el escenario de salida reaparece para reconstruir el inicio del desamparo, la certeza de estar sola frente a una multitud que ignora los viajes interiores del corazón.
La poesía de José Ignacio Montoto transita por la indagación, viaja con naturalidad por un estilo que emparenta con el poema relato para completar una historia en versión femenina, y lo hace con la impronta de la buena poesía; un tono sostenido de cuidada exposición traza una historia cercana y verosímil. Nos rodea el silencioso abrazo del vacío.
ENTREVISTAS Jose Ignacio Montoto: “La poesía debe ser bandera de diversidad” Por Cristina Consuegra × José Ignacio Montoto Con la publicación de La Cuerda rota (Renacimiento, 2014), José Ignacio Montoto, además de hacerse con el Premio de Poesía Andalucía Joven 2013, parece completar la experiencia creativa emprendida en Diario del fin del mundo ...
Lee más :secretOlivo: www.secretolivo.com/index.php/2014/08/30/jose-ignacio-montoto-la-poesia-debe-ser-bandera-de-diversidad/
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La cuerda rota José Ignacio Montoto Renacimiento, Sevilla, 2014 |
INCERTIDUMBRES
Con La cuerda rota, libro ganador del premio de poesía Andalucia Joven, José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979), articulista, crítico y gestor cultural, se integra con fuerza en la abierta senda de la lírica actual, un espacio amplio y remozado donde se aglutina un fecundo cauce de iniciativas y propuestas.
El recorrido que completa La cuerda rota dibuja una línea continua, que se inicia en el andén de partida –prólogo- y busca un lugar de llegada –epílogo- para que entre ambos puntos se cobije la distancia vivencial que define, con trazo directo, un soliloquio sentimental hecho de soledad. En él se mide el transcurrir de un tiempo de desamor.
El plano urbano sirve de marco. Ese laberinto de cristales y escaleras mecánicas de una gran superficie, atestada de franquicias y carteles publicitarios. Una paradoja aceptada que define nuestro tiempo: grandes espacios donde cada sujeto deambula entre una multitud de solitarios que inunda los templos de consumo y que soportan un entorno relacional complejo, donde signan las horas del reloj las agujas del mutismo y el desconcierto. El yo contemporáneo es tedio y prisa, un digno imitador del hombre deshabitado.
El poema “Autopista azul”, con narratividad pautada, enuncia esa llegada del vacío, como si fuese fruto de un legado ancentral que se va cumpliendo en cada ser concreto. En él vuelve a germinar la historia reiterada de las relaciones; la erosión y el desgaste de los puentes al otro. Para protagonizar esta situación anímica el autor elige un yo femenino, como si buscara tomar distancia y objetivar el intimismo; la introspección vela la casuística concreta para dejar un argumento escueto en el que la mirada limpia de la infancia comienza a enturbiarse y las esquirlas del desamor rompen los espejos.
El segmento central del poemario adquiere un tono digresivo. Las estrofas versiculares conceden a las composiciones la aparente prosodia del poema en prosa, que admite bien la apoyatura cultural; se citan nombres propios con claros significados añadidos: Bécquer, Nicanor Parra, Alejandra Pizarnik…
Un texto clave del poemario es el que da título al conjunto, “La cuerda rota” con una meditada reflexión sobre el desamor. Otro texto que resalta por su firmeza compositiva es “Retrato sin espejo con Rosa”. Como si el acontecer sometiese a los sentimientos a un severo estiaje, las palabras describen las dolorosas punzadas de la pérdida y muestran, al mismo tiempo, la resistencia activa del sujeto para preservar en la memoria el tiempo compartido y los pasos dados en torno al amor.
El epílogo, formado por el poema “Quitamiedos” caligrafía la estela marcada en el transcurso existencial; como si fuese un itinerario en círculo, el escenario de salida reaparece para reconstruir el inicio del desamparo, la certeza de estar sola frente a una multitud que ignora los viajes interiores del corazón.
La poesía de José Ignacio Montoto transita por la indagación, viaja con naturalidad por un estilo que emparenta con el poema relato para completar una historia en versión femenina, y lo hace con la impronta de la buena poesía; un tono sostenido de cuidada exposición traza una historia cercana y verosímil. Nos rodea el silencioso abrazo del vacío.
ENTREVISTAS Jose Ignacio Montoto: “La poesía debe ser bandera de diversidad” Por Cristina Consuegra × José Ignacio Montoto Con la publicación de La Cuerda rota (Renacimiento, 2014), José Ignacio Montoto, además de hacerse con el Premio de Poesía Andalucía Joven 2013, parece completar la experiencia creativa emprendida en Diario del fin del mundo ...
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ENTREVISTAS Jose Ignacio Montoto: “La poesía debe ser bandera de diversidad” Por Cristina Consuegra × José Ignacio Montoto Con la publicación de La Cuerda rota (Renacimiento, 2014), José Ignacio Montoto, además de hacerse con el Premio de Poesía Andalucía Joven 2013, parece completar la experiencia creativa emprendida en Diario del fin del mundo ...
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06Martesmay 2014
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JOSÉ IGNACIO MONTOTO. LA CUERDA ROTA. PREMIO ANDALUCÍA JOVEN. EDITORIAL RENACIMIENTO, 2014
Aunque se encuentre situado aproximadamente en el centro del libro, creo que es conveniente comenzar a leer La cuerda rota por el poema que le da título, porque en él se descifran algunas de las claves y analogías que descubriremos a medida que avancemos en la lectura. Como cuerda rota se describe algo tan resbaladizo, tan difícil de asir con las pobres herramientas de que disponemos, como es el alma, por eso, a pesar de los repetidos intentos ensayados en cada poema, José Ignacio Montoto, se declara incapaz de definirla con precisión: «¿Quién es capaz de nombrar siquiera el alma hoy en día en un poema?», se pregunta Montoto (o el personaje al que ha puesto voz). Podemos considerar La cuerda rota como un largo poema dividido en fragmentos, a los que preceden y finalizan respectivamente otros dos poemas. Dentro del paréntesis que abre el verso «El amor tiene extrañas manifestaciones» del primer poema y cierra «el desamor tiene extrañas mutilaciones» del último, se desarrolla una peculiar historia de amor narrada de forma segmentada y discontinua protagonizada por una voz femenina que enmascara el yo masculino, aunque esta permutación no suena impostada, no desentona en ningún momento, a pesar de la dificultad que entraña, no ya ponerse en la piel de otro, sino de alguien de distinto sexo. Esta historia de amor, o de desamor, se desarrolla en unos escenarios muy conocidos, con dislocaciones temporales – la revolución francesa o Tristán e Isolda – y espaciales –desde el Paraíso hasta un centro comercial—, todo ello escrito en versículos alternados con frases lapidarias, contundentes, epigramáticas podríamos decir, que desfiguran el sentido preconcebido de la narración. «Así podemos definir la historia de las relaciones», escribe en el primer poema, como un eterno desencuentro que, para mayor abundamiento, ocurre en uno de esos templos de la modernidad que conocemos como centros comerciales en los que la desubicación personal se mezcla con la desorientación colectiva y la ausencia de un destino visible. La yuxtaposición de imágenes permite al lector internarse tanto por el futuro: «Imagina un campo abierto», como el pasado: «Ya te comenté, hace tiempo, que mi sangre era el vino más amargo de la vida» del personaje que reflexiona en los poemas. El uso de un lenguaje coloquial no esconde, sin embargo, una espectral irracionalidad, como si el poema estuviera construido en esa fase entre la lucidez y el sueño: «Es un sueño, nuestra vida» escribe, imitando al Segismundo calderoniano —y éste no es el único ejemplo de recreación poética, porque las referencias culturales están muy presentes en todo el libro, como si el poeta necesitara justificar con la historia y el mito, con la tradición, la verosimilitud de su apuesta estética (pesemos en Edith Piaf o en el pintor Mark Ryden y esas extrañas composiciones en la que mezcla lo inocente con lo tétrico, lo vulgar con lo exquisito, lo pop con lo pompier)—.
Los poemas que forman La cuerda rota no son fáciles de interpretar aisladamente, parecen estar formados por un conjunto de reflexiones que sólo en la relación de unas con otras encuentran su verdadero sentido. El diálogo —más bien monólogo, en este caso— «se inscribe, según documentan Luis Bagué Quílez y Alberto Santamaría en el ensayo Malos tiempos para la épica.Última poesía española (2001-2012), dentro de la lógica fragmentaria que articula las composiciones, y la conciencia del inacabamiento enuncia la sospecha de que la realidad carece de centro de gravedad. Esta carencia de centro implica, igualmente, una carencia de límites tanto en lo formal como en lo temático. La fragmentación se muestra, por lo tanto, no como ausencia de la narración, sino como ausencia de una posibilidad de cierre, de fin de esa “historia”». Esta posibilidad de cierre a la que aluden Bagué y Santamaría, dos de los mejores conocedores de la poesía actual y, ambos a su vez, magníficos poetas, es la que articula el libro, hasta llegar al poema «Ciclogénesis explosiva», un expresivo título para describir el final — ¿definitivo o quizá sólo una interrupción temporal?— no sólo de un amor, sino de una forma de ver el mundo a través de los ojos del otro. A pesar de esa experiencia del fracaso, o gracias a ella, el personaje poemático toma de conciencia de sí mismo y puede encarar el futuro sin el miedo que la inseguridad afectiva estimula. La trayectoria de José Ignacio Montoto, que cuenta ya con varios libros publicados, se ve ratificada con un libro complejo no por su forma, sino por la acertada mezcla de narratividad anecdótica con el verso corto fruto del instinto que desajusta los parámetros de comprensión habituales y exige del lector, como siempre lo hace la buena poesía, una complicidad sin medias tintas.
Premio de Poesía Andalucía Joven 2013. Renacimiento, Sevilla, 2014. 72 pp. 8 €
Guillermo Ruiz Villagordo
Debo empezar con una pequeña disculpa que espero sepa entender quien me lea, incluido el propio autor del libro: referirme a Nacho como José Ignacio me resulta de una artificiosidad insultante, así que será aNacho a quien mencione a partir de ahora. Y lo primero que diré es que Nacho es uno de esos escritores que sufren una intensa grafomanía, consecuencia lógica de que en su cabeza nazcan y crezcan poemas hasta mientras compra el pan, tanto por su interés en desvelar esos misterios íntimos de los que es testigo como por su pasión por darles una expresión certera que permita comunicarlos con la necesaria frescura. Es por ello que en pocos años ha generado una obra bastante amplia, con libros de gran belleza como el doble volumen Mi memoria es un tobogán / Espacios insostenibles o Superávit, donde atiende a asuntos esenciales sobre los que todo poeta que se precie vuelve una y otra vez, como el amor, el tiempo y la vida. Dicho esto, no supone una sorpresa que su último libro (publicado), La cuerda rota, haya sido elegido para la concesión de un premio que los que conocen su obra sabían que acabaría llegando algún día, el Andalucía Joven de poesía. Tal vez desde una ciudad que no se encuentre en el sur de la península este premio no les dirá nada, pero recordaré que sirvió para descubrir o reconocer a valores tan importantes como Elena Medel, Antonio Portela, Juan Manuel Gil, Raúl Quinto o José Daniel García, entre otros.
En esta ocasión Nacho opta por un estilo discursivo sin cortapisas, lo que implica versos de metro extenso e incontrolable (esto si consideramos uno de sus libros anteriores,Binarios, como lo que pretendía ser, una novela, y no como lo que realmente era, una colección de textos poéticos con cierta trabazón entre sí, amén de Diario del Fin del Mundo). El primer poema, 'Autopista azul', nos sitúa en escenarios cotidianos como centros comerciales y supermercados donde la masa diluye a los individuos, y recupera al coche como elemento de libertad aunque sea en la huida, lo que en mi mente desviada por ciertas lecturas me ha hecho pensar en un guiño velado a la estética dePablo García Casado. Pero es sólo un espejismo, con alguna reverberación posterior, ya que el grueso del libro es Nacho en estado puro, pero concentrado de tal manera que golpea con fuerza inusitada. En él una voz femenina nos guía en primera persona con dureza y precisión por un paisaje gobernado por el desamor, un mar de memoria de olas que azotan inmisericordemente donde su yo, el tú al que recrimina y alecciona y el nosotros que ha dejado de ser navegan sin rumbo ni destino. El tema principal es, no obstante, el propio sujeto poético que nos interpela, la mujer, que aquí se nos muestra como un ser bíblico, merced a esa convicción seca de su palabra derramada en versículos y su capacidad de erigirse en emblema de su sexo, fuente de amor, de arte y de vida, mediante imágenes de inspiración clásica y mitológica (Ulises, la noche oscura del alma, Eva y Adán...), pero también mediante homenajes simbólicos a estilos literarios de lo más variado como éste a la greguería: «Una mujer es una estrella. Una estrella es el esqueleto de una noria». Hay poemas especialmente felices, como la deconstrucción del corazón de los cuentos infantiles de 'Lo que nadie nos contó', o 'Retrato sin espejo con rosa', en el que con la excusa de una ilustración típica de Mark Ryden, autor de esas muñecas infantiles que parecen albergar un mundo abrumadoramente adulto en su interior, suma a la visión femenina un agudo recorrido por distintas épocas y movimientos artísticos. El resultado final es el libro más acabado y sugerente que Nacho ha dado a la luz, pórtico de los que seguirán surgiendo de su fértil mente, siempre ansiosa, siempre inquieta, siempre viva.
Guillermo Ruiz Villagordo
Debo empezar con una pequeña disculpa que espero sepa entender quien me lea, incluido el propio autor del libro: referirme a Nacho como José Ignacio me resulta de una artificiosidad insultante, así que será aNacho a quien mencione a partir de ahora. Y lo primero que diré es que Nacho es uno de esos escritores que sufren una intensa grafomanía, consecuencia lógica de que en su cabeza nazcan y crezcan poemas hasta mientras compra el pan, tanto por su interés en desvelar esos misterios íntimos de los que es testigo como por su pasión por darles una expresión certera que permita comunicarlos con la necesaria frescura. Es por ello que en pocos años ha generado una obra bastante amplia, con libros de gran belleza como el doble volumen Mi memoria es un tobogán / Espacios insostenibles o Superávit, donde atiende a asuntos esenciales sobre los que todo poeta que se precie vuelve una y otra vez, como el amor, el tiempo y la vida. Dicho esto, no supone una sorpresa que su último libro (publicado), La cuerda rota, haya sido elegido para la concesión de un premio que los que conocen su obra sabían que acabaría llegando algún día, el Andalucía Joven de poesía. Tal vez desde una ciudad que no se encuentre en el sur de la península este premio no les dirá nada, pero recordaré que sirvió para descubrir o reconocer a valores tan importantes como Elena Medel, Antonio Portela, Juan Manuel Gil, Raúl Quinto o José Daniel García, entre otros.
En esta ocasión Nacho opta por un estilo discursivo sin cortapisas, lo que implica versos de metro extenso e incontrolable (esto si consideramos uno de sus libros anteriores,Binarios, como lo que pretendía ser, una novela, y no como lo que realmente era, una colección de textos poéticos con cierta trabazón entre sí, amén de Diario del Fin del Mundo). El primer poema, 'Autopista azul', nos sitúa en escenarios cotidianos como centros comerciales y supermercados donde la masa diluye a los individuos, y recupera al coche como elemento de libertad aunque sea en la huida, lo que en mi mente desviada por ciertas lecturas me ha hecho pensar en un guiño velado a la estética dePablo García Casado. Pero es sólo un espejismo, con alguna reverberación posterior, ya que el grueso del libro es Nacho en estado puro, pero concentrado de tal manera que golpea con fuerza inusitada. En él una voz femenina nos guía en primera persona con dureza y precisión por un paisaje gobernado por el desamor, un mar de memoria de olas que azotan inmisericordemente donde su yo, el tú al que recrimina y alecciona y el nosotros que ha dejado de ser navegan sin rumbo ni destino. El tema principal es, no obstante, el propio sujeto poético que nos interpela, la mujer, que aquí se nos muestra como un ser bíblico, merced a esa convicción seca de su palabra derramada en versículos y su capacidad de erigirse en emblema de su sexo, fuente de amor, de arte y de vida, mediante imágenes de inspiración clásica y mitológica (Ulises, la noche oscura del alma, Eva y Adán...), pero también mediante homenajes simbólicos a estilos literarios de lo más variado como éste a la greguería: «Una mujer es una estrella. Una estrella es el esqueleto de una noria». Hay poemas especialmente felices, como la deconstrucción del corazón de los cuentos infantiles de 'Lo que nadie nos contó', o 'Retrato sin espejo con rosa', en el que con la excusa de una ilustración típica de Mark Ryden, autor de esas muñecas infantiles que parecen albergar un mundo abrumadoramente adulto en su interior, suma a la visión femenina un agudo recorrido por distintas épocas y movimientos artísticos. El resultado final es el libro más acabado y sugerente que Nacho ha dado a la luz, pórtico de los que seguirán surgiendo de su fértil mente, siempre ansiosa, siempre inquieta, siempre viva.
Tras la luz
21 de junio de 2013
Tras la Luz, el último libro de José Ignacio Montoto, parece un libro pequeño. Quien no piensa lo que lee puede acabarlo en un rato.
En estos tiempos siniestros en los que algunospolíticos y muchos banqueros levantan muros de oscuridad frente a la cultura, parece un acto de rebeldía que alguien escriba la palabra Luz.
Por el título, por algunas explicaciones técnicas y por las sensaciones tan carnales que esta lectura causa sobre el lector, podría parecer un ensayo de física, pero es un poemario. Sé lo mismo de física que de poesía, pero me atrevo a escribir desde la ignorancia porque tengo en esto la mirada limpia de un niño. No me he corrompido con métricas ni me he extraviado nunca con rimas. De esa forma puedo limitarme a lo más básico, que es sentir.
Estoy seguro de que algunas veces no son poemas sino puñetazos. Otras veces son un rayo de sol violento que hace daño a los ojos. José Ignacio Montoto escribe aráfagas brillantes que se pegan en la retina y nos obligan a pestañear varias veces antes de que comiencen a difuminarse. Son poemas desnudos que discurren por los pliegues del alma humana buscando nuestros dolores, para quedarse sobre ellos y aliviarlos. Algunos se quedan sobre nuestros pensamientos dormidos para despertarlos.
No me interesan estos poemas ni me importan estas palabras. Me importan lassensaciones que despiertan en mí. El autor tiene la habilidad de poner las letras en la yema de sus dedos y pegarlas donde tienes heridas abiertas para que sanen o donde tienes venas para que sangren.
En este tiempo tan triste, donde cada libro es una ruina, reivindico a los autores andaluces que son poco conocidos fuera de esta tierra, no porque les falte talento sino porque les falta promoción. El Centro Andaluz de las Letras hace un trabajo inteligente con los buenos autores que trae de fuera para que los conozcamos en Andalucía, pero se requiere la reciprocidad para que se cubran varias necesidades: la de los lectores de fuera que merecen conocer buenos autores andaluces, la de los autores andaluces que merecen buenas ventas de sus libros, la de toda Andalucía que merece buenos prescriptores porque sigue siendo un territorio ignoto por encima de Despeñaperros…
Hace años que dejé de creer en soluciones de despachos y palabras con corbata. Ahora creo mucho más en las calles y en los poetas porque al menos me dan esperanza y algunos, como José Ignacio Montoto, me dan Luz.
Andrés Nadal
En estos tiempos siniestros en los que algunospolíticos y muchos banqueros levantan muros de oscuridad frente a la cultura, parece un acto de rebeldía que alguien escriba la palabra Luz.
Por el título, por algunas explicaciones técnicas y por las sensaciones tan carnales que esta lectura causa sobre el lector, podría parecer un ensayo de física, pero es un poemario. Sé lo mismo de física que de poesía, pero me atrevo a escribir desde la ignorancia porque tengo en esto la mirada limpia de un niño. No me he corrompido con métricas ni me he extraviado nunca con rimas. De esa forma puedo limitarme a lo más básico, que es sentir.
Estoy seguro de que algunas veces no son poemas sino puñetazos. Otras veces son un rayo de sol violento que hace daño a los ojos. José Ignacio Montoto escribe aráfagas brillantes que se pegan en la retina y nos obligan a pestañear varias veces antes de que comiencen a difuminarse. Son poemas desnudos que discurren por los pliegues del alma humana buscando nuestros dolores, para quedarse sobre ellos y aliviarlos. Algunos se quedan sobre nuestros pensamientos dormidos para despertarlos.
No me interesan estos poemas ni me importan estas palabras. Me importan lassensaciones que despiertan en mí. El autor tiene la habilidad de poner las letras en la yema de sus dedos y pegarlas donde tienes heridas abiertas para que sanen o donde tienes venas para que sangren.
En este tiempo tan triste, donde cada libro es una ruina, reivindico a los autores andaluces que son poco conocidos fuera de esta tierra, no porque les falte talento sino porque les falta promoción. El Centro Andaluz de las Letras hace un trabajo inteligente con los buenos autores que trae de fuera para que los conozcamos en Andalucía, pero se requiere la reciprocidad para que se cubran varias necesidades: la de los lectores de fuera que merecen conocer buenos autores andaluces, la de los autores andaluces que merecen buenas ventas de sus libros, la de toda Andalucía que merece buenos prescriptores porque sigue siendo un territorio ignoto por encima de Despeñaperros…
Hace años que dejé de creer en soluciones de despachos y palabras con corbata. Ahora creo mucho más en las calles y en los poetas porque al menos me dan esperanza y algunos, como José Ignacio Montoto, me dan Luz.
Andrés Nadal
TRAS LA LUZ. JOSÉ IGNACIO MONTOTO. LA GARÚA LIBROS. 66 PÁGINAS
TRAS LA LUZ. JOSÉ IGNACIO MONTOTO. LA GARÚA LIBROS. 66 PÁGINAS
En muchas ocasiones me he preguntado que era exactamente la poesía y es hoy de la mano de José Ignacio Montoto y su poemario, Tras la luz, cuando percibo la posible respuesta a este respecto . La leo en sus versos, en estos dos versos tan concretos y corpóreos:
“Perros abandonados
lamiendo enfermedades”
No me digan que no sería magnifica esta imagen como solución a ese enigma tan extenso y antiguo que tortura a poetas y a lectores de poesía, ese “qué” que nos arrebata el sentido de la orientación y hace de nosotros briznas de hierba que todos los campos rechazan.
José Ignacio Montoto cree que es el dueño de la luz, cree que tiene el acceso a todas las coordenadas, pero por ventura es un hombre equivocado que embellece la oscuridad hasta tal punto que llega hasta nuestras manos como un cuerpo brillante que nos quema los ojos y no pone alerta:
“Amanecer descalzos
Entre migas de pan
Y vasos rotos “
Es Montoto el poeta de las pausas útiles, el poeta que incita a la belleza y después la destroza con golpes concretos hasta desdibujar esa vanidad que siempre arruina los mejores versos:
“Aquí delante
Copas y música
Multiplican la noche
La engordan como a un cerdo
Que revienta”
Y es que él sabe que la noche es tan hermosa como la deje ser la oscuridad :
“No sé si es circunstancial el lazo que nos une
En cualquier caso es sangre seca”
Quizás por eso el poeta crea que corre hacía la luz cuando en realidad corre en sentido contrario:
“El rincón oscuro al que nos castiga la muerte
Es una boca de granito que se cierra
Ante nosotros”
Ni siquiera los poetas pueden huir del olor a podrido de su carne, de la partida de defunción que con cada respiración se va colando entre nuestros dedos.
Disimular es un gran negocio. Hablar de la luz y equiparla a la ternura es sin duda el principio de una clamorosa victoria:
“Las caricias que no se dan
Son hojas secas”
Pero todos sabemos que estar vivo es acercarse cada día hacia el final y saber que, aunque se mienta en un libro hermoso sobre ella, luz no es esa mujer infinita que vendrá a sacarnos de nuestro futuro sepulcro cuando todo termine.
TRAS LA LUZ. JOSÉ IGNACIO MONTOTO. LA GARÚA LIBROS. 66 PÁGINAS
En muchas ocasiones me he preguntado que era exactamente la poesía y es hoy de la mano de José Ignacio Montoto y su poemario, Tras la luz, cuando percibo la posible respuesta a este respecto . La leo en sus versos, en estos dos versos tan concretos y corpóreos:
“Perros abandonados
lamiendo enfermedades”
No me digan que no sería magnifica esta imagen como solución a ese enigma tan extenso y antiguo que tortura a poetas y a lectores de poesía, ese “qué” que nos arrebata el sentido de la orientación y hace de nosotros briznas de hierba que todos los campos rechazan.
José Ignacio Montoto cree que es el dueño de la luz, cree que tiene el acceso a todas las coordenadas, pero por ventura es un hombre equivocado que embellece la oscuridad hasta tal punto que llega hasta nuestras manos como un cuerpo brillante que nos quema los ojos y no pone alerta:
“Amanecer descalzos
Entre migas de pan
Y vasos rotos “
Es Montoto el poeta de las pausas útiles, el poeta que incita a la belleza y después la destroza con golpes concretos hasta desdibujar esa vanidad que siempre arruina los mejores versos:
“Aquí delante
Copas y música
Multiplican la noche
La engordan como a un cerdo
Que revienta”
Y es que él sabe que la noche es tan hermosa como la deje ser la oscuridad :
“No sé si es circunstancial el lazo que nos une
En cualquier caso es sangre seca”
Quizás por eso el poeta crea que corre hacía la luz cuando en realidad corre en sentido contrario:
“El rincón oscuro al que nos castiga la muerte
Es una boca de granito que se cierra
Ante nosotros”
Ni siquiera los poetas pueden huir del olor a podrido de su carne, de la partida de defunción que con cada respiración se va colando entre nuestros dedos.
Disimular es un gran negocio. Hablar de la luz y equiparla a la ternura es sin duda el principio de una clamorosa victoria:
“Las caricias que no se dan
Son hojas secas”
Pero todos sabemos que estar vivo es acercarse cada día hacia el final y saber que, aunque se mienta en un libro hermoso sobre ella, luz no es esa mujer infinita que vendrá a sacarnos de nuestro futuro sepulcro cuando todo termine.
RESEÑA DE TRAS LA LUZ en el Rompehielos
sábado, 25 de mayo de 2013
Tras la luz
Lu primera etapa creativa de José Ignacio Montoto puede catalogarse de figurativa, a ella pertenece, entre otros, Superávit (El cangrejo pistolero, 2010). En esta obra predomina el discurso intimista, el texto en prosa, la interlocución con una destinataria pasiva, la alusión a las nuevas tecnologías para mantener relaciones sociales y el tema amoroso. Su estilo es narrativo, directo, a veces incluso demasiado coloquial. Con su nuevo poemario, Tras la luz (La Garúa, 2013), inaugura una segunda etapa de mayor altura poética, de la que habrá que estar pendientes. Sus textos han ganado en plasticidad y en poder de seducción. Montoto se despoja del yo, del desahogo sentimental y cede la palabra a un narrador en tercera persona que fija su mirada en el mundo. Nada escapa a su espíritu curioso. Con pequeñas pinceladas va dibujando escenas muy evocadoras. Los protagonistas de estos poemas enigmáticos son niños, amantes o jirones de entornos urbanos o naturales. Montoto multiplica sus registros. Tan pronto nos revela una voz delicada como hiriente. También aumentan los efectos psicológicos que producen sus textos: nos transmiten angustia, vacío, soledad, inocencia, protección o inquietud.
El libro se articula en cuatro partes: Refracción remite a un cambio de rumbo, a la negación de expectativas (existenciales, afectivas).Propagación se centra en el progresivo deterioro de una relación. Del sexo pasamos a la pérdida de interés. Asistimos a un avance en línea recta hacia la frustración y la ruptura amorosa. Interferencia nos habla de perturbaciones producidas por recuerdos e imágenes. Reflexión coloca al sujeto lírico delante de un espejo que lo devuelve a los días de infancia y lo empuja al abismo de su desaparición.
Destacan en la obra un conjunto de textos muy potentes (“busca un rincón y encuentra”, “cero absoluto”, “niños que dibujan un sol”, “no sé si es circunstancial el lazo que nos une” y “un mar de cráneos aplastados”), situados –acertadamente– en los principios o finales de las secciones, lo que genera ritmo e intensidad.
Poemario coherente, hondo, conciso y ambicioso, Tras la luz merece la atención de los lectores. Se trata de una obra escrita con mimo, en la que Montoto ha asumido el riesgo de transformar su voz, de reiventarse. Su valentía ha vencido a la inseguridad. Ha luchado por ser el autor que deseaba. Su inconformismo nos ha dejado un libro que no elude el dolor. Seguro que se trata del prólogo de muchas obras más llenas de vida y de belleza.
RESEÑA DE TRAS LA LUZ EN REVISTA DE LETRAS
El movimiento de la luz: “Tras la luz”, de José Ignacio Montoto
Por Álex Chico | Destacados | 22.05.13
Tras la luz. José Ignacio Montoto
La Garúa Libros (Sta. Coloma de Gramenet, 2013)
“Salvo la luz no hay nada”, escribió en un poema Ángel Campos Pámpano. Recuperé ese verso poco después de tener el libro de José Ignacio Montoto (Córdoba, 1979) entre las manos. En ambos, en el poeta pacense y en el cordobés, la luz y su forma de proyectarse constituyen la piedra angular de su poesía. Sin embargo, en Montoto hay una vuelta de tuerca más: no se trata sólo de la luz, sino del movimiento que genera y las consecuencias que provoca su circulación. Detrás de esa luz de Pámpano había ausencia. Tras la luz, en visión de José Ignacio, hay desplazamiento. Una forma de temblor que incide directamente en quien la observa.
Sabemos, puede parecer una obviedad, que un libro no comienza en su primer verso. Comienza en su título, que nos anticipa el espacio, temático o geográfico. Y comienza por sus citas iniciales, en las que el autor nos avanza el tono empleado. En este caso, Montoto trae de vuelta un poema de Cernuda, que concluye con el verso “Un muro frente al cual estoy solo”. No añadamos más, de momento. Quedémonos con esa actitud. A continuación, da inicio la primera parte, enmarcada bajo el título “Refracción”. Todas las secciones de Tras la luz tienen un término que el autor previamente explica, a partir de una definición, digamos, enciclopédica. En este caso, nos señala que la refracción “es el cambio brusco de dirección que sufre la luz al cambiar de medio”. No obstante, esas explicaciones previas encierran algo más. No se detienen en su aparente precisión o exactitud científica. Tras la luz, nuevamente, hay un componente fieramente humano. Hagamos la prueba: cambiemos la palabra “luz” por los términos “individuo”, “persona” o “ser humano”. Si esa refracción es un cambio de dirección, también los seres que aparecen en esa parte sufren un cambio de dirección. Esto mismo sucede en las restantes secciones del libro: “Propagación”, “Interferencia” y “Reflexión”. Volvamos a la primera parte, concretamente a su primer poema: nos encontramos con alguien en un rincón, al margen. Le rodean peluches ciegos, velas derretidas o un yo-yo sin cuerda. Un retrato del subsuelo del que intenta huir dando un portazo. Ahí está el cambio de dirección. Como la refracción de la luz. A partir de aquí, los poemas ocuparán un espacio casi irreal, imperceptible, un mundo representado, un espejismo o simulacro en el que la luz no es, como dijimos, testigo o invitado pasivo, sino todo lo contrario: es algo o alguien que guía e incluso determina lo que envuelve. Un universo que está en el “umbral de lo posible”, inmaterial o inaprensible, como el agua, la luz o el frustrante ejercicio, en definitiva, de escribir en el aire una parábola o dibujar nubes mientras se disipan. Lo vemos claramente (lo que no deja de ser una paradoja en este caso) en la segunda parte, “Propagación”, cuando en la explicación previa recurre al fenómeno de la difracción, “el responsable de que al mirar a través de un agujero muy pequeño todo se vea distorsionado”. Lo interesante, más allá del lugar o de la acción, es el tiempo en el que suceden estos poemas, esos pocos segundos que encierran, en su aparente insignificancia, una explosión capaz de hacer estallar para siempre todo lo que rodea al sujeto poético. Lo importante reside en un lapso, en una contracción o un parpadeo. En un fulgor interno, como las caricias. Se busca ante todo ese gesto concreto, capaz de resumir o encerrar toda la energía del universo. “Vivimos todo pero contamos sus fragmentos”, escribió en una ocasión Sergio Gaspar. “no digas frío/ es un temblor”, escribe Montoto. No es lo general, sino lo particularmente intenso. Un impacto que “rompe orificios/ multiplica cuerpos/ y destruye un entorno”. Un movimiento hacia afuera cuando se detona. O, por emplear una de las imágenes del libro, una bombilla que revienta. Esa detonación que abre una grieta y nos empuja al abismo. Particularmente significativos son estos dos versos: “sin los huecos no hay saturación/ ni equilibro tampoco”. Dos versos, por cierto, que podrían funcionar como una poética.
Una geografía del subsuelo que sucede en poco tiempo, se fracciona, se multiplica o distorsiona por el efecto de la luz, de la mirada. Ante ese escenario Montoto recurre al lector, le insta a que le explique lo que acontece frente a él. Le pide una interpretación. Para ello, le proporciona estupendas metáforas y personificaciones, los dos recursos que más abundan en este libro. Y algo más: le pregunta “qué será de todo esto”, qué será de lo que nadie ve y, sin embargo, sucede. Lo hace en minúsculas, sin puntuación, a renglón seguido, como un todo sin interrupción dicho en voz baja. ¿Qué ocurre realmente cuando en apariencia no ha ocurrido nada? ¿Qué será de nosotros, que “apenas somos/ apenas fuimos/ un haz de luz centrifugada”? Como César Simón, no sabremos nunca “en qué lugar del tiempo y del espacio,/ de la realidad y el sueño sucede nuestra vida”.
Terminaremos con los dos versos que cierran el libro: “su sombra es un atisbo/ de luz”. ¿Qué otra cosa, sino esa, es el ser humano? Tras la luz nos enseña dónde reside, a veces, lo verdaderamente importante. Aunque no sea del todo real y nunca logremos sujetarlo. La esencia de la vida reside ahí, en lo que no podemos tocar y, sin embargo, posee más presencia que algo tangible. Sólo nos basta con saber que existe. Como la luz. O como la poesía.
Álex Chico
RESEÑA DE DIARio del fin del mundo en el suplemento cuadernos del sur (Diario córdoba)
UN DIARIO COLECTIVO
Francisco Onieva 13/04/2013
Difícil de clasificar. Así es la última obra de José Ignacio Montoto Mariscal, uno de los autores jóvenes cordobeses más prolíficos, capaz de publicar cinco libros en seis años --amén de dos plaquettes previas--.Diario del fin del mundo , editado por el Ayuntamiento de Málaga dentro de la colección Monosabio, es la segunda incursión de Montoto en la prosa, tras Binarios (Sim/libros, 2009). En las 47 piezas breves que la componen, el escritor aborda, a partir de la imagen apocalíptica profetizada por los mayas y teniendo presente en todo momento la crisis económica y de valores en que estamos inmersos, la problemática y las contradicciones del hombre actual. De las cinco partes pretendidamente asimétricas en que se estructura, la más importante es la que da título al conjunto. Todos los textos de esta se articulan a partir de una alusión inicial a otro libro para, a continuación, y a través del monólogo interior, profundizar en diversos personajes y reflejar el carácter poliédrico de la realidad y la complejidad del ser humano, al recoger los pensamientos con la inconexión propia con la que se suceden en nuestro cerebro. Pese a esta multiplicidad de voces, los textos desbordan el ámbito de la individualidad y se conectan con el fin de hacer un retrato colectivo.
Para ello, Montoto ha observado con detalle el mundo que lo rodea y, a partir de las conclusiones extraídas, ha tejido los mimbres de un proyecto cuyo tono oscila entre lo meditativo ("La ausencia, habitualmente, produce sequedad en la laringe" o "La indiferencia nos daña"), teñido, en ocasiones, de cierto aire metaliterario ("Escribir un poema es un acto de honestidad") o filosófico ("La negación del ser es no ser"), lo meramente narrativo ("Hace tres meses tuve un percance con mi jefa. Una tremenda injusticia y mi orgullo me hicieron llorar. No pude contener. Creo que todos somos iguales.") y lo lírico, como cuando considera que el frío es "un pájaro que habita entre los escuálidos barrotes de una jaula" o el amor, "probablemente, la única oración que nos es innata"
El resultado es una serie de textos que parten de una anécdota trivial para indagar en el sinsentido de unas existencias incardinadas en una sociedad capitalista vacía que está tocando a su fin, revelándose, más que nunca, la necesidad de un cambio de paradigma productivo y de relaciones interpersonales.
'Diario del fin del mundo'. Autor: José Ignacio Montoto. Edita: Ayuntamiento de Málaga, Colección Monosabio.Málaga, 2012
Superávit, según Ariadna G. García
En el año 2005, de la mano de los ilustradores y poetas Antonio García Villarán y Nuria Mezquita, nación una editorial independiente que poco a poco, a golpe de catálogo, se está abriendo un camino por la selva de la insdustria del libro: Cangrejo Pistolero. En su nómina de autores los hay ya conocidos por sus incursiones en varios géneros literarios (Sofía Rhei, Gracia Iglesia, Luna Miguel). E incluso alguno ha publicado con ellos más de un libro. Este es el caso de Nacho Montoto, autor del poemario reversible Espacios insostenibles/ Mie memoria es un tobogán (2008), de la novela fragmentaria Binarios (Sim Libros, 2009) y del recién editado Superávit.
Los poetas son conscientes del destierro de la Arcadia, de la pérdida de la Edado de Oro. Tratan de señalar con sus obras el conjunto de lacras del mundo en que se encuentran. Carecen de un locus amoenus. No creen en la existencia de lugares apacibles. Viven traspasados por la soledad, la incomunicación y el desarraigo. Y precisamente por eso escriben, para denunciar y modificar el estado de las cosas.
Con todas estas piezas Montoto ha armado una obra sobre el amor, la indiferencia y el derrumbe de puentes entre dos amantes.
El sujeto lírico del libro entabla un diálogo virtual con una interlocutora pasiva. La receptora de los poemas es un ente callado del discurso. No asume la palabra. Ni siquiera está claro que los pronombres designen la existencia de su realidad fuera del texto. Es un fantasma que habita en el recuerdo, una imagen que deambula por los pasadizos de los poemas, que arrastra su memoria por los túneles de los fragmentos en prosa. El formato del libro, su diálogo diferido con la destinataria del mensaje, es un intento de comunicación igual de contraproducente que el ensayo a través del móvil o del portátil. Así, leemos en Ilustraciones coherentes (VII): "Escribir tu nombre sobre una pantalla táctil. Deslizar mis dedos sobre una superficie plana que contiene tu nombre. No, no es tu nombre, son sólo letras agrupadas en en interior de una minúscula pantalla de 3,2 in que intenta imitar el brillo de tus ojos", o enIlustraciones coherentes (VIII): "Besarte tras la ventana [...] Pasar las horas muertas esperando que aparezcas tras esta falsa cristalera". El uso de la tecnología no garantiza la comunicación. Internet conecta a las personas con el mundo, pero no necesariamente con el entorno inmediato. En los textos de Montoto, el sujeto que enuncia, pese al uso de los nuevos soportes para el envío de textos, vive en un aislamiento emocional, porque no hay intercambio de información. Su soledad es la nuestra, es una soledad contemporánea, la del hombre y la mujer del siglo XXI, una soledad demasiado hiriente porque nunca el vacío ha estado lleno de tantas posibilidades.
Los símbolos del libro (La "intemperie", la "deriva", las "enanas marrones") remiten a la frustración de las expectativas afectivas de la que habla en los poemas. De algún modo,Superávit es el reverso del cuadro El grito de Munch. El personaje pictórico lanza un alarido triste y repleto de angustia que los espectadores no escuchamos. La pincelada es gruesa y su trazo es enérgico. El personaje literario, en cambio, dice estar rodeado de silencio, pero el silencio contiene palabras que oímos. El modo oracional de muchos textos es interrogativo, dubitativo... Es decir, Nacho Montoto expresa el vacío con la sensibilidad de su época. Su criatura de ficción acepta el cambio, la inseguridad de los conceptos, como partes ineludibles del hecho de estar vivo ("Es la vida -define- una bomba inofensiva. Quizá la broma fallida de un payaso", del texto Ilustraciones coherentes (V). Y ahí está su grandeza: lo mismo que nosotros, hace equilibrios encima de una ola, porque las cosas nunca permanecen.
Ariadna G. García
Binarios, Nacho Montoto
SIM libros, Sevilla, 2009. 160 pp. 10 € *

Guillermo Ruiz Villagordo
La realidad no es simple. Es un prisma de infinitas caras que muchas veces se enfrentan de manera ridícula, en ocasiones se complementan mediante vínculos sorprendentes y muy raramente se reconocen unas en las otras. Es decir, la realidad se define por lo fragmentario. Lo que equivale a decir que es indefinible. Lo que equivale a decir que nada es totalmente verdad. Lo que equivale a decir que nada es verdad. Ni siquiera los datos fríos y precisos. Para colmo, los tentáculos de internet son ágiles y sibilinos. Pertenecen a una bestia que dejó de estar domesticada hace tiempo. Su voracidad siempre será mayor que la de los ingenuos que entran mansamente en sus dominios. ¿Y cuáles son sus dominios? El mundo. Así, se desliza la existencia mansamente por las páginas de un blog mientras Irak es bombardeado una y otra vez. Lo que no es nuevo. Lo que no es contemporáneo. Los virus inundan las calles tanto como las memorias de los ordenadores. El terrorismo también es un virus. Por otra parte, el sexo existe, detrás de tanto velo, tanta mistificación, tanta transparencia. Sí, por encima de todo, el sexo existe más allá de lo que nos dejan ver. Y existen las personas, aunque a veces surja pertinaz la duda. Sí, existen, no estoy equivocado. Creo. El suicidio es una salida, eso es inexcusable. Otra salida es dotar de poesía a la vida, a las pequeñas acciones de cada día (las grandes démoslas por perdidas, porque no nos interesan y carecen de ella por naturaleza). Sí, quedan innumerables parcelas de contemplación creativa, tanto serena como furiosa, pero sobre todo quedan incontables maneras de darle forma. Porque no hay una misma ola en el mar, ni una única persona que la mira, ni un momento definido para acercarse a ella.
Todo esto, lo vuelca Nacho Montoto en Binarios, el mejor ejemplo que se me ocurre de lo que puede ser una novela poética del siglo XXI. Para conocer historias detalladas y personajes (quién ama a quién, dónde trabaja esa prostituta, por qué vive ese anciano en la calle, cómo se convirtió esa terraza de un bar en un lugar tan temido, de qué manera una beca Erasmus cambió esas vidas) sólo hay que acercarse a sus páginas. Seguro que se deja entender más claramente que yo en esta crítica. Si el lector pone algo de lo suyo y consigue escapar de los datos, por supuesto.

Guillermo Ruiz Villagordo
La realidad no es simple. Es un prisma de infinitas caras que muchas veces se enfrentan de manera ridícula, en ocasiones se complementan mediante vínculos sorprendentes y muy raramente se reconocen unas en las otras. Es decir, la realidad se define por lo fragmentario. Lo que equivale a decir que es indefinible. Lo que equivale a decir que nada es totalmente verdad. Lo que equivale a decir que nada es verdad. Ni siquiera los datos fríos y precisos. Para colmo, los tentáculos de internet son ágiles y sibilinos. Pertenecen a una bestia que dejó de estar domesticada hace tiempo. Su voracidad siempre será mayor que la de los ingenuos que entran mansamente en sus dominios. ¿Y cuáles son sus dominios? El mundo. Así, se desliza la existencia mansamente por las páginas de un blog mientras Irak es bombardeado una y otra vez. Lo que no es nuevo. Lo que no es contemporáneo. Los virus inundan las calles tanto como las memorias de los ordenadores. El terrorismo también es un virus. Por otra parte, el sexo existe, detrás de tanto velo, tanta mistificación, tanta transparencia. Sí, por encima de todo, el sexo existe más allá de lo que nos dejan ver. Y existen las personas, aunque a veces surja pertinaz la duda. Sí, existen, no estoy equivocado. Creo. El suicidio es una salida, eso es inexcusable. Otra salida es dotar de poesía a la vida, a las pequeñas acciones de cada día (las grandes démoslas por perdidas, porque no nos interesan y carecen de ella por naturaleza). Sí, quedan innumerables parcelas de contemplación creativa, tanto serena como furiosa, pero sobre todo quedan incontables maneras de darle forma. Porque no hay una misma ola en el mar, ni una única persona que la mira, ni un momento definido para acercarse a ella.
Todo esto, lo vuelca Nacho Montoto en Binarios, el mejor ejemplo que se me ocurre de lo que puede ser una novela poética del siglo XXI. Para conocer historias detalladas y personajes (quién ama a quién, dónde trabaja esa prostituta, por qué vive ese anciano en la calle, cómo se convirtió esa terraza de un bar en un lugar tan temido, de qué manera una beca Erasmus cambió esas vidas) sólo hay que acercarse a sus páginas. Seguro que se deja entender más claramente que yo en esta crítica. Si el lector pone algo de lo suyo y consigue escapar de los datos, por supuesto.
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