El vacío, cuentan, se mide en el aire y es tan pesado como el aguacero. A pesar de todo, este vacío es rellenar agujeros de viento con la ausencia de un recuerdo. En cuanto a la voz de la calle, por más que la escuches, aun cuando por tenaz cantinela de medianoche, mas por que asome sus labios en las aceras, no dejará de ser suelo, en cuanto pisemos, en cuanto pises, su piel con la suela de los zapatos. He de decir que los pasillos de salud mental me recuerdan a las galerías de los museos: frescos, rostros oleaginosos, minimalistas, buscando la forma -el dibujo- dando ligeras pinceladas en busca de la primera y -acaso- la última obra de arte. Nos pasamos la vida respirando el humo de un tubo de escape. Tras los árboles se esconde la última orina de un perro, el arriate majestuosamente abonado, el olor del desodorante. Sudar es demasiado erótico pero eso ya lo sabías. Hoy vivimos presos de la horca: el nudo de una corbata, la faja desmedida, el estorbo, eso es, el estorbo de intentar ser, para no ser nada. Recuerdo a la chica del segundo bé: se quitó la camisa y poco a poco se vació el mundo alrededor de su cuerpo, ahogando la habitación con su ser. No sé qué será de ella ahora. El primer poema que te escribí fue algo parecido a un un alambique que me ayudase a destilar la última gota de ti que aún permanecía en mi cuerpo. Recuerdo los pasos que te llevaban a ese bar, los zapatos que se amoldan a tus pies, el sustento del mundo, el cimiento del edificio, cuida tu azotea –dijiste- recoge la ropa, vaya a ser que el viento se la lleve y te quedes desnudo ante los demás. Termino de escribir bien entrada la madrugada: estoy dormido, tanto, que casi no respiro. Me queman los ojos cuando miro tu fotografía. Mi tiempo es breve, el cigarro se consume tan rápido como tu sonrisa; ceniza: las comisuras de sus labios. Paseo por la calle y observo cómo abre las piernas aquella escultura para la mirada de los turistas, deseando que el sol caliente su marmóreo sexo, como mi vecina del quinto. Por la noche un río de farolas alumbra un parque de botellas junto a bazares de betún en latas de conserva -y a algunos les parece bonito -bajo el aroma de las heces -domesticadas- de sus perros. Definitivamente, Dios se equivocó de collar.
miércoles, 5 de marzo de 2008
Vacío
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Los oídos y el calor de unas manos nunca son nada.
Qué lleno estaría ese vacío si los tuviera...
Casiopea
Publicar un comentario