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lunes, 14 de marzo de 2011

Vía Crucis (I)

Me dijo. Me dijo mi amigo el poeta que escribiera sobre la muerte. Su relación continua con mi sombra, mi vida y mi inframundo. Me dijo que la concibiera como la voz de mi obra. Voz muerta que atraviesa como un puño de fuego la ceniza del recuerdo. Fabricar nichos en los árboles. Recoger el canto muerto de los gorriones en las ramas vencidas por el tiempo. Me dijo que escupiera la forma en cada poema, que arrancara las vísceras de mis noches en vela. Despejar la incógnita de la ecuación del hueso y la carne. Me invitó a que reflexionara sobre el gotero, la aguja y la sangre. Beber del suero de la memoria. Ahogar mi voz en un bosque venoso devastado por la nicotina. Me propuso buscar un rincón de verdad en el que el cinismo diera paso a la quemazón. Un susurro escondido que vaciara en el silencio todo gesto contenido ante el adiós. Bastaba con abrir los ojos ante la realidad y recoger el fotograma que nos proponía. Entonces recordé la sangre en el suelo, los ojos abiertos y una mirada seca e inerte. Poco más que un trozo de carne hedionda y una bolsa de la que se desprendía un fuerte olor a infecciosa orina. El preludio de una carnicería. El fin último del osario. Mientras tanto, hablaban de zombis y vampiros. De vómitos y heroína sin haber tocado un muerto, sin haber exhumado un cadáver ni probado la sangre o escupido el carcinoma que todos tenemos dentro. Me dijo que escribiera sobre la muerte mientras caminábamos hacia ella. Y no hacía falta, no hacía falta. Pues ella llevaba tiempo escribiendo sobre nosotros y ciertamente, de poco servía redundar en el mismo argumento. El tiempo seguirá venciéndonos igualmente y aumentará la sed a medida que nos acerquemos al desierto de la noche. Entonces sentiremos la lengua oscura de su nombre, el tacto frío de la mano escuálida y los sueños de Edward Gorey se clavarán en nuestras sienes. La vasta geografía de los cementerios del mundo se abrírá paso entre los océanos y las ciudades. Un tsunami de lápidas y crucifijos avanzará hacia nosotros. Entonces identificaremos a nuestros muertos y ellos nos engullirán para salvar sus almas, nos arrancarán la lengua para sanar nuestras mentiras y devorarán nuestro corazón, pues jamás conocimos el amor, mi querido amigo. Y entonces tú, amigo mío, tan preocupado por mi poesía, sabrás por qué nunca quise escribir sobre la muerte. Tan preocupado y a la vez tan ajeno al mundo. Le dije.

1 comentario:

Susan Urich Manrique dijo...

Tengo sentimientos contradictorios respecto a la muerte, y también respecto a escribir sobre ella. Si es lo único seguro que tenemos en la vida, pues para qué perder el tiempo hablando de ella si se pueden descubrir otras cosas? También pienso: si es lo único seguro que tenemos en la vida, para qué perder el tiempo hablando de otras cosas si no hay nada más cierto que la muerte?

Un saludo. Me gusta tu blog. Lástima que acá no se consigan tus libros.