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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Descampado

Empezar un texto por “no dicen” es un peligro al que se expone cualquier autor. No dicen las lenguas abisales que el mar lo inundará todo. Esto no es un ensayo, tranquilidad. Cuando a las seis de la mañana suena el reloj, en lo último que una persona piensa es en poesía. Corre aprisa hacia el baño, se lava la cara, o bien se ducha, se viste, y corre a tomarse un café. Después de todo eso se apresura al baño y hace de tripas, no de corazón. Luego, baja las escaleras y se dirige rauda y veloz hacia su centro de trabajo. En ese intervalo de tiempo le ha dado tiempo a pensar cómo quedará su equipo de fútbol en las semifinales de champions, qué es lo que comerá a mediodía, cómo escaparse, antes, del trabajo y quién será su compañera de noche. Cada mujer que ha probado su cama tiene el nombre de una canción de The Beatles. Su preferida siempre fue Yesterday aunque dice que Help! siempre le ayudó a pasar buenos momentos. Dejemos el ingenio a un lado. Los escritores tienen, en su mayoría un gran problema de ego. No lo saben, pero su mierda tiene el olor universal de la mierda. La literatura es hoy víctima del marketing. El marketing es una chapa clavada en la solapa de una chaqueta. Hoy Góngora sería un Punkie de categoría y Quevedo, probablemente, el mejor perfopoeta del mundo. Desconfío de los eruditos que van construyendo analfabetos allá por donde imparten un taller de escritura. Sí, he dicho construir y no crear, para crear hay que ser sumamente inteligente, para construir sólo hace falta terreno y dinero. Sólo eso.