Visualizamos imágenes
que atraviesan nuestras pupilas,
presas de la memoria,
guardamos la instantánea de lo efímero.
Como a un cuerno de marfil,
abrazamos la soberbia contenida
de los vástagos de la divina misericordia.
El resultado es un débil mimbre,
apenas capaz de soportar la carga del beso,
tan fino como una hebra de sol
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