Yo que he jugado de pequeña con los
sonidos de las gárgolas cuando miraba con recelo las imponentes fachadas de las
iglesias.
Yo que un día hice un zumo de nubes
y escuché el canto sumergido del mar bajo las rocas.
Yo que probé los sabores del odio,
la venganza y el asedio por haber nacido hija de Afrodita.
Yo que con los dedos de mis manos
modelé a mis amantes de viento.
Asumo que la palabra de las flores
es el único lenguaje que conozco, que curé mis heridas con la baba de un
caracol albino y que he blandido una espada de arena con la que derroté a los
demonios salados en las playas nudistas de Gades.
Os recuerdo que mi cuerpo está al
alcance de todos los que amen desde la ternura, pues mi cuerpo es el de un
ángel que ha vivido, ajeno, en las cornisas invisibles de otro tiempo,no muy
lejano pero imperecedero.
Un ángel cuyos labios observan cómo
los besos que no se dan se convierten en espinas, que escucha el crujir del
fuego en el iris blanco de su mirada y acaricia el sabor de la muerte en las
lenguas ajenas de sus semejantes.
Si no fuera por que este mundo es
una promesa de la infancia que algún Dios hizo a su hijo, si no fuera porque el
vientre de la Tierra cobija a las generaciones venideras.
Sí, si no fuera porque el tiempo se
ha estancado sin que nadie lo supiera, yo nunca hubiese adivinado que la vida
es el deseo cumplido de un viejo que soñó, un buen día, que las estrellas eran
ojos de gato y los planetas ovillos de lana.
Lástima no haber tocado el sol, no
haber sentido la llama en los labios ni visto los aromas de lavanda y violetas
reflejados en vuestros rostros.
Un colibrí asoma entre las aguas,
parece que una ballena blanca ha resucitado.
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