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viernes, 14 de octubre de 2011

RED ONION


Se acercaron en enjambres hacia mí, una noche en la que dormía sola en casa.
Dejé las piernas abiertas dibujando un ángulo de cuarenta y cinco grados a ras de cama y sucedió.
Los sueños suceden.
Atravesaron mi cuerpo, como demonios intentando atravesar el túnel del Paraíso.
Sacudieron mis muros, sentí un espasmo a la altura del estómago, clavaron su tridente en mis entrañas y, en breve, un extraño olor a cebolla quebró el silencio de la noche y tiñó la madrugada de mi ser.
Mi actitud ante el mundo poco o nada tiene que ver con la de mis iguales.
No nos parecemos.
A mí, que no me desagrada el olor a cebolla ni el color de la sangre, tan si quiera su sabor a hierro líquido.
Ni por asomo.
Bebo y fumo todas las noches y no me importa pensar que estoy muriendo a causa de respirar y oxidar mis pulmones con este aire tan sucio y pesado.
Preparo el camino.
De noche todos formamos parte de la misma ficción.
Mi cuerpo es una rosa herida.
Un grillo me contó una vez por qué cantaba en las madrugadas, estaba perdido y buscaba a su madre.
Donde unos lloran otros cantan.
Donde unos cantan otros sangran.
Por eso mi sangre me pertenece.
Una vez dibujé un corazón con mi sangre en la pared de mi dormitorio, mi bendita sangre.
Al día siguiente, los mosquitos rodearon mi corazón y se acercaron en enjambres furiosos hasta los pies de mi cama.
Por instantes pensé que era el fin, cerré los ojos y me abracé fuertemente a la almohada.
El canto de un grillo me salvó, o quizá haber soñado este poema, quizá no seamos tan distintos.



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