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lunes, 29 de junio de 2009

Reclamaciones poéticas

Hace unos días asistí a la presentación del libro Urbana babel (Col. Monosabio) de mi amigo Diego Medina Poveda. No voy a hablarles demasiado del libro (a quien le interese hay una reseña en mi blog particular) más allá de recomendar su lectura. Sí me parece oportuno reflejar aquí (por el cariz de crítica cultural de la bitácora) un texto que Diyán (así le llamamos en confianza) me has mandado recientemente, y que carga sus tintas contra los falsos poetas empeñados en la creación ex nihilo. Es éste:


EXIJO UNA HOJA DE RECLAMACIONES

Diego Medina Poveda

Sentir lo de afuera como alma. Sentir lo otro como nuestra propia vida. Se ha perdido el respeto. Los que se dicen poetas hieren con su lápiz el folio, lo garabatean con analfabeto filo de espadas, con ausencia de sentido y de lecturas que les hubieran llenado el hueco del ingenio, se lanzan precipitados y hablan de sí mismos como si nada más existiera, monopolizan el “yomimeconmigo” sin vergüenza alguna, con inocencia de niño que quiere llamar la atención con sus vacíos llantos. Sin destello de luciérnagas pretenden universalizar sus penas de bicho que a nadie importan, sacar a la luz su adolescente diario personal e intransferible ocasionando al lector un oscuro eclipse de páginas, cuando la poesía debe iluminar pupilas y atraer por sus destellos... aquellos horrorizan las pupilas del interesado, le provocan una dolencia tremenda de ojos y al pasar las hojas le duelen las manos y hasta la vida le duele, y lo que es peor, se le quitan las ganas de leer cualquier tipo de género lírico. Para escribir de amor o metafísica (ya decía Lorca que el amor era el tema más difícil), para lanzar "yoes" al aire y que permanezcan con solemnidad de estrella… para que al tímido lector no se le caigan ni cara ni pestañas por la vergüenza de lo ajeno... por todo esto, para que cualquiera se llame poeta, para que sus versos pesen sobre el suelo, será necesario un ancho espacio y un largo tiempo. La agudeza de ingenio (que Gracián decía indispensable para el hombre de letras) será necesaria adquirirla por artificio, por lectura y por amor al arte, no se admiten vagos en la república de las letras. La poesía es una suerte de metamorfosis y la literatura que ingerimos de otros la transformamos en otra cosa que ya es nuestra, en un monstruo que de nuestro ingenio dependerá que sea bello (no olvidemos que también lo feo es bello). Igual que el niño hasta cierta edad absorbe como esponja el ejemplo de sus padres serán los libros los padres del que se siente escritor. Por favor, absténganse aquellos de publicar un verso si no tienen el bagaje cultural y literario necesario, guárdenlo con suficiente celo en el cajón de sus cosas personales y léanlos a sus allegados en las familiares reuniones domingueras porque el amor y el individualismo son parte del ser humano, todos amamos y somos subjetivos cuando lo hacemos, y por ello cualquier persona en una sociedad con la educación medianamente avanzada, cualquier persona que haya cumplido su grado de bachiller, será capaz de hacer un versillo, será capaz de expresar lo que siente en su yo más interno como lo expresan las rúbricas cursis de agenda o carpeta adolescente. Cuidado con publicar, como si fueran versos, bagatelas que solo caben en el envés del tarro de la mermelada de fresa.

Ese arma cargada de futuro que (aún con algún que otro inefable usurpador de lo inefable) es la poesía necesita para que sea poesía misma disparar a la corteza de las cosas para descubrir así sus almas, para conseguir “el nombre conseguido de los nombres”. Ese alma que es tan de lo otro como del poeta porque éste se siente parte indivisible de la armonía del universo. Su yo no suena falso ni hipócrita, su yo es el de todos y sus destellos son como el sol de cualquier mañana soleada. Es triste que la literatura se haya convertido en desmesurado objeto de comercio, que las editoriales capitalistas sin amor ninguno al arte se aprovechen de aquellos ingenuos que pretenden publicar sus etiquetas de mermelada haciéndoles pagar unos costes de edición como si de la compra de una moto se tratase. Se convierten entonces aquellos en contaminadores egoístas de las artes. Tal negocio engendra un abominable tándem parasitario. A mí me molesta esta gente maleducada en la república. Yo, cliente habitual, exijo una hoja de reclamaciones.

3 comentarios:

José Ignacio Montoto dijo...

Interesante, muy interesante la demanda poética, sí señor. Quizá sea necesario hacer de este post -incluso- un manifiesto más allá de esta simple entrada, me parece un post muy interesante.

Domingo C. Ayala dijo...

Celebro que compartamos (los tres)nuestro interés por una poesía semejante. En lo del manifiesto, como se suele decir, ¿dónde hay que firmar?

tartucas dijo...

clap clap clap clap