Al muchacho de la playa
Se pasea por la playa,
apresurado hacia la orilla
intenta contagiarse
de la libertad de las olas
esboza una sonrisa
de luna incomprendida.
La arena golpea su pecho
dirige su mirada
hacia un horizonte
que sólo divisan
aquéllos que abren los ojos,
a pesar de la sociedad.
El mar es un extraño mundo
en el que la anarquía
envuelve los océanos,
si eres tiburón
te respetarán en el barrio
si eres una mojarra
acabarás siendo engullido,
la diferencia de ser distinto
a veces no estriba en el tamaño.
Empapado por cristales
de sal derretidos
se dirige hacia la arena seca,
allí el sol yace sediento,
le espera una toalla,
pero no cualquier toalla,
un grupo de jóvenes se ríe,
no comprenden la soledad
que provoca una playa vacía
en el interior de su mente.
Intenta llamar la atención
de unas jovencitas
que tuestan sus pechos al sol,
admirado por la presencia de ellas
advierte que la normalidad
apenas es un puñado
de granos de arena
que golpean la cara
cuando el levante acecha.
De nuevo se apresura hacia la orilla,
juega con el agua,
tiembla al enfriarse su cuerpo,
intenta captar la atención
de un grupo de muchachos
que pegan patadas a un balón,
pero pasa inadvertido,
los ángeles no tienen sexo,
los humanos creen que practican sexo,
corre hacia la arena seca.
Intenta escuchar la conversación
que el grupo de jovencitas mantiene,
probablemente daría todo lo que tiene
por poder intercambiar unas palabras,
pero sabe que no es posible,
es un polizón en un barco a la deriva,
una gota de agua en el desierto,
un murciélago al amanecer.
Pasan los minutos
de nuevo seca su tiritera,
respira de forma preocupante,
de nuevo intenta acaparar
la atención de la gente.
Pero ¿Qué es la gente?
Multitud de puntos
en una panorámica de realidad,
impresionados por ver
que entre tantos puntos
puede existir un guión.
Ha dicho en su casa
que va a la playa con unos amigos,
no ha mentido,
los peces, las olas, las rocas,
la espuma, el mar, el viento,
son sus amigos,
habla con ellos,
intenta decirles que existe,
que está vivo,
las niñas se ríen de su propia ignorancia,
se creen sabias,
pero sólo son un trozo de carne
horneando una mentira con forma de mujer.
Los jóvenes de su alrededor
recogen las cosas,
se marchan a tomar un café,
él sabe que no puede ir con ellos,
es distinto,
porque los distintos son los normales,
ve cómo poco a poco van abandonando la playa,
por momentos entristece su cara,
su gesto se tuerce,
el alma es en estos momentos cuando
nos muestra que puede existir,
el pellizco en el estómago es tal
que se desangraría un cuerpo.
Gira su cabeza una y otra vez,
la agacha,
observa el transcurrir de la juventud
por el paseo marítimo,
ellos y ellas se percatan
de la mirada de él,
pero no se inmutan,
el vacío es un abismo
de razón y desazón,
la única verdad es el movimiento.
Triste, cabizbajo y herido
se dirige hacia la orilla,
es el tercer baño
en menos de diez minutos,
intenta purgar su estado
de enajenación,
sólo quiere un amigo,
no pide nada más,
no entiende el motivo,
no sabe por qué el aire
se cuela en su cabeza,
le habla y le contagia
de un silbido de paz
y un rubor de brisa extraña.
Divisa a otro grupo de muchachos,
traslada su toalla, su silla
y su ilusión justo detrás de ellos,
parece temer la soledad.
¿Y quién no?
Busca sentirse arropado
por un muro humano
que combata el viento
en su cabeza,
que lo resguarde,
la protección de la carne,
el calor de la comprensión,
intercambiar una mirada,
ansía la complicidad de unos ojos,
a pesar de las estrellas.
Los castillos de arena
son sueños inalcanzables
para algunos,
él ya tiene arena
y entre las comisuras
de sus labios
esboza un castillo de deseos,
está solo,
a expensas de la bondad del mundo,
enajenado mundo.
La orilla puede ser el principio o el fin
piensa,
los veranos que son de alcohol y fiesta,
para unos,
para él sólo son meses de estío seco,
salado sabor de boca cerrada,
sediento de necesidad,
quizá debió nacer pez,
de esos que se muerden la cola.
Las boyas están en el mar para señalizar,
él no comprende el porqué de su existencia,
su búsqueda de la comprensión,
la extraña fluidez de pensamientos
concatenados que inundan su mente,
probablemente el sueño de su noche,
el pensamiento de la vida,
la razón de su mirada,
la voz callada de su boca,
son la lucha de su día a día.
La playa torna en desértica fotografía,
el sol dormita su ocaso,
las gaviotas bajan a la orilla,
él busca el vuelo de las estrellas,
pronto se colgarán del cielo,
después de tanta sed,
no entiende el porqué
de la marea,
un sube y baja,
que ojalá subiera sin cesar
y lo engullese hacia las entrañas
de la salada claridad.
El sol duerme bajo el agua,
la luna llama al mar,
se pregunta ¿Qué será la locura?
Eso que llaman locura,
el peor o mejor de los males,
dicen que no tiene cura
que el viento azota su mente
y que forma parte de los golpes
que las olas provocan en los mares,
sin saber que la locura no es una enfermedad,
es un don,
algo que muy pocos saben.
Nacho Montoto
Se pasea por la playa,
apresurado hacia la orilla
intenta contagiarse
de la libertad de las olas
esboza una sonrisa
de luna incomprendida.
La arena golpea su pecho
dirige su mirada
hacia un horizonte
que sólo divisan
aquéllos que abren los ojos,
a pesar de la sociedad.
El mar es un extraño mundo
en el que la anarquía
envuelve los océanos,
si eres tiburón
te respetarán en el barrio
si eres una mojarra
acabarás siendo engullido,
la diferencia de ser distinto
a veces no estriba en el tamaño.
Empapado por cristales
de sal derretidos
se dirige hacia la arena seca,
allí el sol yace sediento,
le espera una toalla,
pero no cualquier toalla,
un grupo de jóvenes se ríe,
no comprenden la soledad
que provoca una playa vacía
en el interior de su mente.
Intenta llamar la atención
de unas jovencitas
que tuestan sus pechos al sol,
admirado por la presencia de ellas
advierte que la normalidad
apenas es un puñado
de granos de arena
que golpean la cara
cuando el levante acecha.
De nuevo se apresura hacia la orilla,
juega con el agua,
tiembla al enfriarse su cuerpo,
intenta captar la atención
de un grupo de muchachos
que pegan patadas a un balón,
pero pasa inadvertido,
los ángeles no tienen sexo,
los humanos creen que practican sexo,
corre hacia la arena seca.
Intenta escuchar la conversación
que el grupo de jovencitas mantiene,
probablemente daría todo lo que tiene
por poder intercambiar unas palabras,
pero sabe que no es posible,
es un polizón en un barco a la deriva,
una gota de agua en el desierto,
un murciélago al amanecer.
Pasan los minutos
de nuevo seca su tiritera,
respira de forma preocupante,
de nuevo intenta acaparar
la atención de la gente.
Pero ¿Qué es la gente?
Multitud de puntos
en una panorámica de realidad,
impresionados por ver
que entre tantos puntos
puede existir un guión.
Ha dicho en su casa
que va a la playa con unos amigos,
no ha mentido,
los peces, las olas, las rocas,
la espuma, el mar, el viento,
son sus amigos,
habla con ellos,
intenta decirles que existe,
que está vivo,
las niñas se ríen de su propia ignorancia,
se creen sabias,
pero sólo son un trozo de carne
horneando una mentira con forma de mujer.
Los jóvenes de su alrededor
recogen las cosas,
se marchan a tomar un café,
él sabe que no puede ir con ellos,
es distinto,
porque los distintos son los normales,
ve cómo poco a poco van abandonando la playa,
por momentos entristece su cara,
su gesto se tuerce,
el alma es en estos momentos cuando
nos muestra que puede existir,
el pellizco en el estómago es tal
que se desangraría un cuerpo.
Gira su cabeza una y otra vez,
la agacha,
observa el transcurrir de la juventud
por el paseo marítimo,
ellos y ellas se percatan
de la mirada de él,
pero no se inmutan,
el vacío es un abismo
de razón y desazón,
la única verdad es el movimiento.
Triste, cabizbajo y herido
se dirige hacia la orilla,
es el tercer baño
en menos de diez minutos,
intenta purgar su estado
de enajenación,
sólo quiere un amigo,
no pide nada más,
no entiende el motivo,
no sabe por qué el aire
se cuela en su cabeza,
le habla y le contagia
de un silbido de paz
y un rubor de brisa extraña.
Divisa a otro grupo de muchachos,
traslada su toalla, su silla
y su ilusión justo detrás de ellos,
parece temer la soledad.
¿Y quién no?
Busca sentirse arropado
por un muro humano
que combata el viento
en su cabeza,
que lo resguarde,
la protección de la carne,
el calor de la comprensión,
intercambiar una mirada,
ansía la complicidad de unos ojos,
a pesar de las estrellas.
Los castillos de arena
son sueños inalcanzables
para algunos,
él ya tiene arena
y entre las comisuras
de sus labios
esboza un castillo de deseos,
está solo,
a expensas de la bondad del mundo,
enajenado mundo.
La orilla puede ser el principio o el fin
piensa,
los veranos que son de alcohol y fiesta,
para unos,
para él sólo son meses de estío seco,
salado sabor de boca cerrada,
sediento de necesidad,
quizá debió nacer pez,
de esos que se muerden la cola.
Las boyas están en el mar para señalizar,
él no comprende el porqué de su existencia,
su búsqueda de la comprensión,
la extraña fluidez de pensamientos
concatenados que inundan su mente,
probablemente el sueño de su noche,
el pensamiento de la vida,
la razón de su mirada,
la voz callada de su boca,
son la lucha de su día a día.
La playa torna en desértica fotografía,
el sol dormita su ocaso,
las gaviotas bajan a la orilla,
él busca el vuelo de las estrellas,
pronto se colgarán del cielo,
después de tanta sed,
no entiende el porqué
de la marea,
un sube y baja,
que ojalá subiera sin cesar
y lo engullese hacia las entrañas
de la salada claridad.
El sol duerme bajo el agua,
la luna llama al mar,
se pregunta ¿Qué será la locura?
Eso que llaman locura,
el peor o mejor de los males,
dicen que no tiene cura
que el viento azota su mente
y que forma parte de los golpes
que las olas provocan en los mares,
sin saber que la locura no es una enfermedad,
es un don,
algo que muy pocos saben.
Nacho Montoto
1 comentario:
genial!
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