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lunes, 24 de noviembre de 2008

Casi un epitafio


Lo encontraron casi muerto, al borde de la calcinación,
a punto de meterlo dentro de una bolsa de plástico.

Ladrido mudo en la medianoche.

Cuentan que, de sus amigos,

sólo sobrevivió un cangrejo al que,
pasado el verano,

acogió en la pecera del salón de su casa.

Cual ave Fénix,
como estaba escrito,
renació de sus cenizas,
pues no se trataba de un perro cualquiera,
sino del lorquiano perro andaluz.
Fotografía: Jesús Vega

sábado, 22 de noviembre de 2008

Edgar Allan Poe

el cuervo

Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”

¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas
reflejadas en el suelo;
angustia del deseo del nuevo día;
en vano encareciendo a mis libros
dieran tregua a mi dolor.
Dolor por la pérdida de Leonora, la única,
virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada.
Aquí ya sin nombre, para siempre.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”

Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos:
“Señor —dije— o señora, en verdad vuestro perdón
imploro,
mas el caso es que, adormilado
cuando vinisteis a tocar quedamente,
tan quedo vinisteis a llamar,
a llamar a la puerta de mi cuarto,
que apenas pude creer que os oía.”
Y entonces abrí de par en par la puerta:
Oscuridad, y nada más.

Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún mortal
se haya atrevido jamás a soñar.
Mas en el silencio insondable la quietud callaba,
y la única palabra ahí proferida
era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?”
Lo pronuncié en un susurro, y el eco
lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!”
Apenas esto fue, y nada más.

Vuelto a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!

De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.

Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente;
aunque poco significaba su respuesta.
Poco pertinente era. Pues no podemos
sino concordar en que ningún ser humano
ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro
posado sobre el dintel de su puerta,
pájaro o bestia, posado en el busto esculpido
de Palas en el dintel de su puerta
con semejante nombre: “Nunca más.”

Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como virtiendo
su alma sólo en esas palabras.
Nada más dijo entonces;
no movió ni una pluma.
Y entonces yo me dije, apenas murmurando:
“Otros amigos se han ido antes;
mañana él también me dejará,
como me abandonaron mis esperanzas.”
Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”

Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”

Mas el Cuervo arrancó todavía
de mis tristes fantasías una sonrisa;
acerqué un mullido asiento
frente al pájaro, el busto y la puerta;
y entonces, hundiéndome en el terciopelo,
empecé a enlazar una fantasía con otra,
pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño,
lo que este torvo, desgarbado, hórrido,
flaco y ominoso pájaro de antaño
quería decir granzando: “Nunca más.”

En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos,
quemaban hasta el fondo de mi pecho.
Esto y más, sentado, adivinaba,
con la cabeza reclinada
en el aterciopelado forro del cojín
acariciado por la luz de la lámpara;
en el forro de terciopelo violeta
acariciado por la luz de la lámpara
¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!

Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado
por invisible incensario mecido por serafines
cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado.
“¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido,
por estos ángeles te ha otorgado una tregua,
tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora!
¡Apura, oh, apura este dulce nepente
y olvida a tu ausente Leonora!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta!” —exclamé—, ¡cosa diabolica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio
enviado por el Tentador, o arrojado
por la tempestad a este refugio desolado e impávido,
a esta desértica tierra encantada,
a este hogar hechizado por el horror!
Profeta, dime, en verdad te lo imploro,
¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad?
¡Dime, dime, te imploro!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio!
¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas,
ese Dios que adoramos tú y yo,
dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén
tendrá en sus brazos a una santa doncella
llamada por los ángeles Leonora,
tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen
llamada por los ángeles Leonora!”
Y el cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”

Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posado
en el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!

martes, 18 de noviembre de 2008

Un poema de Antonio Gª Villarán

CONFESIONES


Confieso que he vivido,

aunque no lo suficiente,

que las religiones me dan pena

y la muerte me da risa.

Confieso que me llevaron

más de una vez en taxi al piso

y al día siguiente

no me acordaba de nada.

Confieso haber tocado las tetas

de Madmoiselle Espina

en la boca de una esquina

con siete puertas.

Confieso haber comprado

mil cosas inútiles

a precios inútiles

y haberme sentido importante

por tener un objeto bello,

que me gusta tragarme sólo mis miserias

y acabar de vez en cuando

a la 6 de la mañana

llamando hermano

a algún desconocido.

Confieso que lloro, claro, como todos,

aunque aprendí a hacerlo para adentro

y no molestar así a los vecinos.

No es ningún secreto

que escondo perlas de sal

en cuevas donde nadie

podrá nunca admirarlas,

que tengo la edad perfecta

para pasar de largo

por mi segunda adolescencia.

Confieso que después de jugar limpio

contra el sistema

el sistema me pateó las costillas,

y sus hombres de paja

se rieron en mi cara

y ni los abogados pudieron parar

su tromba de pedradas,

también confieso

que os la tengo

guardada.

viernes, 14 de noviembre de 2008

NACHO MONTOTO BY OSCAR ACEDO LOPEZ

Es una persona que tiene una cara que recién afeitado parece un croissant relleno de chocolate,(pero ese que esta súper cargado).

Mi abuelo que en paz descanse tenia mejor forma física que él, de aquí a Lima.

Creo que este tipo de personas, son los que en los deportes se les llama como “poco dotados”, porque tienen un cuerpejitillo que no vale ni para ping-pong.

El susodicho en cuestión no es capaz ni de ir corriendo al obrero sin que se atragante y sin que tenga que pedir un vaso de agua a los vecinos respectivos del 2º y 1º.

Según sus amigas, el culo se lo dejó un día en el suelo mientras le hacia una foto a una marmota, y el pobrecito se tiene que rellenar su parte trasera de calcetines de los veinte pavos, para que se le vea algo la forma.

Me comentan personas allegadas a él, que de pequeño era incluso más feo que ahora.(sinceramente lo dudo), pero son afirmaciones muy importantes y me lo tendré que creer a ciegas.

Como aspecto físico os podéis hacer una ligera idea, pero es más cruel la realidad, verlo a 2 metros da francamente mucho miedo.

Un consejo de amigo, si lo veis por la calle en una vespa negra casi derruida….
¡NO LE DEIS CONVERSACIÓN! OS PUEDE COMER EL TARRO EN UN SEGUNDO, Y ESE ES EL PRINCIPIO DEL FIN……..

Así acabe yo

domingo, 9 de noviembre de 2008

Matriz (Fragmento)

Adoro la herrumbrosa raíz de los días pasados, la tierna infancia de mi recuerdo que yace junto a los arriates.

Duele la ausencia inerte de unos ojos que se quedaron encerrados en el interior de un suave capullo, a la espera de la eclosión de los días.

Bajan por mi rostro ríos secos que en otras primaveras, en otro tiempo, desbordaban un caudal de agua tibia sobre mis jóvenes mejillas.