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jueves, 29 de mayo de 2014

La cuerda rota, por Juan José Téllez.





José Ignacio Montoto (Córdoba-casi Cádiz, 1979) es poeta pero no es un fingidor. Su libro 'La cuerda rota', que quizá iba a titularse 'Anatomía de un sueño' viene escrito sutilmente en femenino, sin estridencias, sin travestismos innecesarios sino con simples y profundas sugerencias, atmósferas o frases que revelan el temprano conocimiento que el autor demuestra sobre el alma de la mujer, en un homenaje a su temperamento, más que a su mundo.

Más allá de los heterónimos de Fernando Pessoa o de Antonio Machado y en una posición distinta de la de Manuel Moya y Violeta Rangel, Nacho Montoto, al transferir su personalidad a la de quien protagoniza estos poemas, no busca la superficie ni el discurso oportunista sino la entraña y la reflexión, en un homenaje que nos llevaría directamente hacia Eva o Lilith -'nosotras somos el origen del mundo'- y su necesaria visión del paraíso.

Nos explica Bertol Brecht:

'La cuerda cortada puede volver a anudarse,
vuelve a aguantar, pero está cortada...

...Quizá volvamos a torpezar,
pero allí donde me abandonaste no volverás a encontrarme...'

Sin embargo, como explica el mismo poeta y lo subraya Carlos Alcorta, Nacho Montoto asume otra significación bien distinta de la imagen de uan cuerda rota: 'Como cuerda rota se describe algo tan resbaladizo, tan difícil de asir con las pobres herramientas de que disponemos, como es el alma, por eso, a pesar de los repetidos intentos ensayados en cada poema, José Ignacio Montoto, se declara incapaz de definirla con precisión: '¿Quién es capaz de nombrar siquiera el alma hoy en día en un poema?', se pregunta Montoto (o el personaje al que ha puesto voz).'

Montoto recibía por este libro el Premio de Poesía de Andalucía Joven, promovido por el Instituto Andaluz de la Juventud y por el Centro Andaluz de las Letras de la Junta de Andalucía. El jurado y crítica han subrayado muy pronto los ecos de esta obra, desde los versículos bíblicos -tan presentes en la poesía de los últimos siglos- a Calderón de la Barca y su mito de la ensoñación de la vida, sin que falte naturalmente Elliot, Juan Ramón o Ernesto Cardenal, por citar ejemplos distintos o distantes. Desde Tristán e Isolda hasta el guiño humorístico de la ciclogénesis explosiva, por este libro pasan lugares comunes que Montoto hace trascender hasta la categoría de un discurso en donde la metafísica no está reñida con el sexo, con el humor y con el compromiso con la realidad de los que ya ha dejado ejemplo patente a lo largo de su joven obra.

Nacido en Córdoba en 1979, con apenas un día de edad pasa a residir en Cádiz, la ciudad de su infancia y de su primera juventud en donde se familiarizará con la atmósfera del carnaval que sin duda le imprime estilo, aunque deconstruido, a su obra poética, con la devoción expresa hacia autores tan diferentes y tan enérgicos como Antonio Martínez Ares o Juan Carlos Aragón. Tras dejar Cádiz, el resto de su vida ha transcurrido entre Córdoba y Sevilla. Allí se formó como autor, como perfopoeta, en el concepto de la poesía como acción que reclamara Francisco Urondo. En la solapa de sus libros suele decirse que coordina y desarrolla estrategias de comunicación y contenidos, así como otras iniciativas dentro del ámbito de la gestión cultural. Colabora como articulista y crítico literario en Diario Córdoba, Cuadernos del Sur y La tormenta en un vaso. De su biliografía anterior podemos destacar títulos como: Espacios insostenibles/Mi memoria es un tobogán (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2008), Binarios (SIM/Libros, 2009), Superávit (Cangrejo Pistolero Ediciones, 2010), Diario del Fin del Mundo (Colección Monosabio, Málaga, 2012) y Tras la luz (La Garúa libros, 2013). Sin embargo, su voz personalísima ha aparecido en diversas antologías, incluyendo algunas de las propuestas indignadas al pairo del 15-M.

En La cuerda rota (que ha publicado la editorial Renacimiento), asistimos a un largo poema fragmentado, que puede reinterpretarse en cada una de sus porciones, pero que sólo adquiere una dimensión clara al leerse en su conjunto. No una, sino repetidas veces, porque esta obra -quizá como la mujer que la inspira- reclama uan atención plena, una complicidad sin medias tintas, como reseña el propio Alcorta.

La épica, aquí, se vuelve lírica, entre la generación Beat y San Juan de la Cruz, bajo canciones y citas ajenas, que sin embargo trazan la hoja de ruta de uno de los libros más sugestivos y trascendentales, en el amplio sentido de la palabra, que he leído en los últimos tiempos.

A juicio de Guillermo Ruiz Villagordo, 'el resultado final es el libro más acabado y sugerente que Nacho ha dado a la luz, pórtico de los que seguirán surgiendo de su fértil mente, siempre ansiosa, siempre inquieta, siempre viva'.

Nada que añadir al respecto a este juicio de valor. Salvo el juicio de la emoción.

Juan José Téllez
Cádiz, 28 de mayo de 2014